viernes 26 abril 2024

El día que Reagan denunció al “Imperio del Mal”

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En un discurso en la Convención Anual de la National Association of Evangelicals, el ex presidente estadounidense sorprendió a todos cuando explicó que la Unión Soviética no era solamente un rival estratégico, sino la expresión de un totalitarismo oprobioso que buscaba dominar el mundo

Por Dr. Mariano A. Caucino (*)

El Air Force One se posó suavemente en la pista del aeropuerto de Orlando (Florida) y Ronald Reagan se dirigió raudo a la Convención Anual de la National Association of Evangelicals para pronunciar un discurso. Un ejercicio rutinario de la agenda del jefe de la Casa Blanca.

Pero aquel 8 de marzo de 1983 Reagan sorprendería a su país y al mundo entero. Porque al describir a la Unión Soviética, el líder del mundo libre afirmó que el Kremlin comandaba un “Imperio del Mal”.

Reagan explicó que la URSS no era solamente un rival estratégico sino la expresión de un totalitarismo oprobioso que buscaba dominar el mundo.

Dos semanas después, Reagan lanzaría su Strategic Defense Initiative (SDI), un ambicioso sistema de defensa antimisiles para prevenir un ataque nuclear. Una iniciativa que inmediatamente fue bautizada como “Guerra de las Galaxias” en medio de la incredulidad del establishment militar.

Fue entonces cuando un memorioso recordó aquella tarde de julio de 1980, en que en medio de un vuelo de campaña, un consultor se acercó al asiento de Reagan para preguntarle para qué quería ser Presidente.

“Para ganar la Guerra Fría”, respondió el candidato.

Otro evocó una conversación en 1975, en la que el entonces gobernador de California le confió a quien más tarde sería su primer asesor de Seguridad Nacional, Richard Allen, que su aproximación era simple: “Nosotros ganamos, ellos pierden”.

La agresiva retórica de Reagan buscaba revertir lo que suponía habían sido excesos de la Detente. A su entender, como consecuencia de los aumentos extraordinarios del precio del petróleo tras la Guerra de Yom Kipur (1973) y la crisis iraní (1979), el Kremlin se había fortalecido en la confrontación bipolar.

Para Reagan, el híper-realismo de la era Nixon-Kissinger-Ford y la debilidad de Jimmy Carter habían conducido a la impotencia frente a la expansión soviética en el Tercer Mundo. Afganistán, Irán, y Nicaragua habían sido expresiones del retroceso de los intereses nacionales de los EEUU.

La “Doctrina Reagan” implicaría un cambio fundamental en la política exterior. A su entender -acaso como la expresión más acabada del idealismo wilsoniano- los EEUU no eran un país más entre las naciones. Reagan interpretaba que su país era portador de un destino manifiesto y una vocación misional que debía ser llevada adelante mediante una cruzada por la libertad.

En “Diplomacy” (1994), Henry Kissinger explicó que Reagan llevaría el wilsonismo a su conclusión más extrema. Los EEUU no esperarían pasivamente la evolución de las instituciones libres, ni se limitarían a resistir las amenazas a su seguridad. En cambio, Washington promovería activamente la democracia y recompensaría a los países que cumplieran sus ideales mientras castigaría a aquellos que no lo hicieran. Así, apuntarían contra los regímenes socialistas pero también presionarían a dictadores de derechas como Pinochet (Chile) y Marcos (Filipinas).

La confrontación bipolar ya no se explicaría como una relación de puro poder entre potencias sino como un enfrentamiento entre el Bien y el Mal. En el que los EEUU debían liderar a Occidente como consecuencia de las responsabilidades derivadas de la superioridad moral de su sistema político y económico.

Pero mientras algunos interpretaron que la retórica beligerante sólo era un recurso discursivo de aquel genio de la comunicación que fue Reagan, los amos del Kremlin tomaron en serio sus palabras.

Acaso deduciendo que estaba realmente decidido a atacar a la URSS, los dichos del jefe de la Casa Blanca alarmaron a Yuri Andropov, quien poco antes había sucedido a Leonid Brezhnev. Fue entonces cuando -en medio de la paranoia- el antiguo titular de la KGB ordenó la “Operación RYAN” consistente en recoger información de Inteligencia para detectar cualquier indicio que permitiera suponer un ataque norteamericano.

Las semanas que siguieron rememoraron las de octubre de 1962 cuando el mundo estuvo al borde de un conflicto nuclear. Pero esta vez, la crisis se mantendría oculta y se sustanciaría en el submundo de las redes de espías y secretos. Mientras todos tarareaban el hit de aquel año: “Every breath you take-Every move you make-I’ll be watching you” (The Police), precisamente lo que los rusos y los americanos estaban haciendo.

La denuncia sobre el intrínseco carácter maligno del comunismo se intensificaría poco después, cuando se produjo la tragedia del vuelo KAL 007.

Aquel día, un Boeing 747 de Korean Airlines que cubría la ruta Nueva York-Seúl con 269 personas a bordo -incluyendo un congresista norteamericano- fue derribado cuando sobrevolaba territorio soviético, aparentemente sin saberlo, sin autorización y como consecuencia de un error en el sistema de navegación.

Naturalmente, el hecho contribuyó a destrozar la imagen de Moscú. Especialmente porque el Politburó cínicamente recién reconoció su responsabilidad varios días más tarde. En una actitud que -como admitió más tarde el legendario embajador Anatoly Dobrynin- dañó seriamente el prestigio de la URSS.

Pero la tragedia reafirmó las convicciones de Reagan. Quien la calificó como “un crimen contra la humanidad”. Una creencia abonada por su embajadora ante la ONU Jeanne Kirkpatrick cuando denunció que “los soviéticos decidieron derribar un avión civil y después mintieron al respecto”.

Aunque sin la espectacularidad y el dramatismo de la Crisis de los Misiles, los acontecimientos de 1983 marcaron uno de los momentos más peligrosos del enfrentamiento bipolar. Al punto que en aquel mismo año tuvo lugar el episodio de Able Archer en el que de no haber mediado una prudente interpretación, el simulacro de un ejercicio militar pudo ser descifrado como un ataque nuclear, poniendo a la humanidad al borde de un Armagedón.

El sistema internacional de hoy es en buena medida diferente de aquel de los años ochenta. No obstante, los EEUU y la Federación Rusa siguen conservando los dos mayores arsenales nucleares del globo. Una posesión que conlleva la responsabilidad insoslayable frente al objetivo compartido del mantenimiento de la paz y la seguridad internacional.

 (*) Analista en política internacional.Ex embajador en Israel y Costa Rica.

INT/ag.marianocaucino.vfn/rp.

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