martes 8 octubre 2024

Egipto: una crisis económica que atenta contra los privilegios de los militares

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Por Luis Domenianni

No hay populismo –del signo que sea- que termine bien. Se trate de financiar veleidades de gobernante o de satisfacer una clientela política, la utilización de recursos no genuinos para afrontar gastos innecesarios, o superfluos, o para distribuir una riqueza que no existe, finaliza en alta inflación, y/o en deuda impagable y/o en presión impositiva desmedida.

No pasa en todo el mundo. Solo en algunos países que gastan más, a veces mucho más, de cuanto recaudan. Es el caso de Egipto, donde los sueños de grandeza del general-presidente Abdel Fattah Al-Sissi chocan con la realidad económica y se hunden irremisiblemente.

Se trate de la eventual construcción de una nueva capital “high tech” o del nuevo e inmenso Gran Museo Egipcio de El Cairo, la falta de financiamiento detuvo estos y otros megaproyectos del general-presidente que aspiraba a imitar el despilfarro de riquezas de las monarquías del Golfo. La diferencia es que las monarquías del golfo sí poseen riquezas.

La Guerra en Ucrania aceleró el hundimiento de la economía egipcia. A la fecha, la deuda externa equivale a la casi totalidad -93 por ciento- de un Producto Bruto Interno (PBI) anual, agravada por la precipitada salida de capitales -23 mil millones de dólares- producto de repatriaciones motivadas por el conflicto en Europa Oriental.

Más que estatista, la economía egipcia es… militar. Es el Ejército quien detenta la titularidad de muchas empresas, cuya productividad es bajísima y cuyos balances suelen ser negativos con deudas de las que se hace cargo el Estado. Es decir, la ciudadanía.

Si bien durante largo tiempo Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos financiaban al régimen de Al-Sissi debido a razones geopolíticas, el “grifo” parece haber sido cerrado definitivamente. A tal punto, que son los propios saudíes y emiratíes quienes empujan un reclamo de “cura de austeridad” por parte del Fondo Monetario Internacional (FMI).

Reclamo de cura de austeridad que va acompañado de una demanda de finalización del dirigismo en la economía, particularmente del emporio militar, para posibilitar el retorno de las inversiones y el fomento del sector privado.

El cambio de actitud de Arabia Saudita y de los Emiratos Árabes Unidos dejó el general-presidente y a los militares sin capacidad para continuar tergiversando datos y resultados, como ocurrió desde 2016 hasta la fecha, en ocasión de la inevitable intervención del FMI.

Si en aquella oportunidad el gobierno hizo como si… y engañó a sabiendas a medio mundo, esta vez los financistas saudíes y emiratíes y el FMI aprendieron la lección y exigen, lisa y llanamente, que el gobierno reduzca el sector estatal y el control del Ejército sobre la economía.

Es que las monarquías del Golfo tomaron conciencia acerca del tiempo del fin de la “civilización petrolera” que se avecina. Entonces, decidieron primero se debe invertir en “casa” y cuando se trata de invertir afuera, se trata de hacerlo en sectores de máxima rentabilidad. O sea, no precisamente en la economía “militar” egipcia.

Y la receta es dolorosa. Por ejemplo, la inevitable devaluación que representó la pérdida de la mitad de su valor para la libra egipcia frente al dólar. Consecuencia: la inflación anualizada a febrero del 2023 trepó a 31,9 por ciento. Resultado: hogares empobrecidos y empresas que emplean insumos importados cerradas o al borde de la quiebra.

De momento, la situación aún está bajo control, aunque el “default” aparece como no imposible. La nueva política de rigor fiscal, la devaluación, el escalonamiento de los pagos de la deuda y el apoyo del FMI, hasta ahora, confieren cierta estabilidad.

Privatizar y reprimir

Con la mera prolijidad no alcanza. Es necesaria pero no suficiente. Llegó la hora de abrir el juego al capital, nacional e internacional, tras la deficiente y corrupta administración militar de la economía.

Parece perentorio que el gobierno dé a conocer su plan de privatizaciones que no será el primero. Por el pasado, en varias oportunidades, las promesas al respecto quedaban truncas. Ayudas del FMI y de las monarquías del Golfo dejaban las cosas como estaban y todo caía en el olvido.

Aún faltan conocer los detalles, cuestión no menor, pero el gobierno del general-presidente dejó trascender sus grandes líneas. El plan de Al-Sissi preanuncia la salida del Estado de 79 sectores de la economía, la reducción de su presencia en otros 45 y la concentración pública en 12 renglones productivos.

En febrero 2023, el gobierno informó que la primera fase prevé la cesión al capital privado en un plazo de un año de 32 empresas dedicadas a la banca, a los seguros y al rubro hotelero. De esas 32 empresas públicas, solo dos son dependientes del Ejército.

La reacción de los eventuales inversores es prudente. Nadie sabe a ciencia cierta si la determinación es seria. Si Al-Sissi estará en condiciones de cumplir. Si los militares aceptarán un recorte drástico de su “actividad empresarial”.

Para el Estado y el Ejército egipcios, el mejor negocio, como fue en el pasado, es la capitalización de las empresas públicas a partir de la inyección de fondos –a cambio de acciones- por parte de saudíes y emiratíes. Pero ya no es posible.

Al-Sissi lo entiende bien. De allí sus “coqueteos” con el capital privado. Al punto que reconoce que “desde hace 40 años somos incompetentes en la gestión de nuestros proyectos”. Pero, Al-Sissi no cuenta con partido político, ni con base social. Su único apoyo es el Ejército y el Ejército no quiere desprenderse de sus activos.

Hoy, casi la mitad de la población de más de 100 millones de personas vive por debajo de la línea de la pobreza, con una perspectiva de mayores complicaciones dada la inflación galopante.

De momento, no existe posibilidad de estallido social. La presencia del Ejército y la represión evitan la queja pública y la contestación popular. Por las dudas, Al-Sissi advierte sobre dos peligros que pueden acechar si la economía no mejora  y el desarrollo es una quimera: el retorno del yihadismo y/o la vuelta al pasado con un gobierno de los Hermanos Musulmanes.

Hace unos años, el yihadismo de Estado Islámico se enseñoreó en la Península del Sinaí, la región asiática del africano Egipto. Atacó cuarteles, destacamentos y convoyes militares. Puso en jaque al Ejército y hasta llegó a derribar un avión comercial ruso.

El derrocamiento del presidente constitucional, en 2013, coincidió con el incremento de la actividad terrorista que no solo visualizó objetivos militares, sino que además se ensañó con la población cristiano copta de Egipto y con los turistas que llegaban al Sinaí, en particular a sus balnearios sobre el Mar Rojo.

Hoy, como en otras partes, el yihadismo fue vencido tras años de operaciones que no soslayaron metodologías de guerra sucia frente a un enemigo particularmente bestial que propagó mediante las redes sociales sus ejecuciones de personas consideradas enemigas.

No obstante, la inteligencia egipcia teme la existencia de las llamadas células dormidas que, de tiempo en tiempo, son despertadas y producen ataques, por lo general, suicidas que solo marcan presencia. “No somos tan fuertes como antes, pero estamos”, parecen decir.

En cuanto a los Hermanos Musulmanes, una agrupación política islámica no yihadista fundada en 1928, que gobernó el país entre el 2012 y el 2013 con el presidente Mohamed Morsi, un moderado que fue derrocado por un golpe de Estado encabezado por Al-Sissi, sufrió y aún sufre una persecución sin cuartel que diezmó sus filas y sus organizaciones.

A la fecha, solo se mueven en la clandestinidad. Un tribunal adicto al régimen ordenó la disolución de su brazo político, el Partido Libertad y Justicia, la confiscación de todos sus bienes y la prisión para sus principales dirigentes. El propio ex presidente Morsi murió encarcelado en 2019.

Contestación

Pero no hay autoritarismo que dure mil años, aunque a veces dura algunas décadas. El año 2024 será, en Egipto, un año de elecciones. Y con certeza, el general-presidente se presentará nuevamente. Pero nada indica que ganará, al menos, limpiamente. Y habrá que ver si la ciudadanía acata un resultado electoral fraudulento.

De momento, las muestras de contestación se suceden. Quizás la más contundente haya sido la elección de Khaled El-Balshy al frente del sindicato de periodistas. Y es que El-Balshy es un opositor declarado al autoritarismo de Al-Sissi y al régimen militar que gobierna el país.

Nadie lo esperaba. Mucho menos el poder que confiaba en la elección del redactor en jefe del gubernamental y estatal diario Al Ahran. Pero ganó El-Balshy y hubo festejo público y visible dentro y fuera del sindicato.

A esta altura del partido, lentamente y con prudencia, la oposición comienza a organizarse dentro de los estrechos límites que el gobierno tolera. No obstante, la represión continúa a la orden del día. En particular, por la vía de los tribunales adictos que condenan a todo aquel que osa alzar la voz.

Es el caso reciente del empresario de la construcción Mohamed Ali quién pese a su exilio en España desde 2018 fue condenado a prisión de por vida. Su delito: denunciar a través de videos la corrupción del régimen militar. Los videos fueron subidos a las redes en 2019 y provocaron movilizaciones de protesta en El Cairo y otras ciudades.

Resultado: más de 4 mil personas fueron arrestadas y varias decenas no recuperaron la libertad. Los tribunales decidieron juzgarlos y 37 de ellos resultaron condenados junto con Ali a la pena de prisión perpetua… por manifestar.

A la fecha, los presos políticos en Egipto suman más de 65 mil personas. Se trate de islamistas –no terroristas- o de liberales, el régimen no hace distinciones. Reprime implacablemente todo atisbo de contestación.

Egipto es un país sin tradición democrática. Por el contrario, los gobiernos modernos del país, salvo los dos años que duró el interregno de los Hermanos Musulmanes con el fallecido presidente Morsi a la cabeza, siempre fueron encabezados por militares desde 1953 a la fecha.

En rigor, en esas siete décadas de gobierno militar, los generales-presidentes fueron solo cinco: Muhammas Naguib (1953/54); Gamal Abdel Nasser (54/70); Anwar El-Sadat (70/81); Hosni Mubarak (81/2011) y el actual Abdel Fatah Al-Sissi desde 2014 a la fecha.

De allí que el “talón de Aquiles” del régimen no provenga de la libertad, ni de la democracia. La posible crisis social surge de la inflación galopante que incrementa la pobreza en una población que, en un porcentaje superior al 30 por ciento, no logra satisfacer sus necesidades básicas.

Internacional

De momento, Egipto no cumple con el alineamiento casi universal que une a los autoritarismos populistas de un lado frente a las democracias liberales del otro. El autoritario régimen egipcio aún bascula del lado occidental.

No obstante, la China que desafía Occidente multiplica sus acercamientos con África. La reciente gira del nuevo ministro de Relaciones Exteriores chino, Qin Gang, por varios países africanos, así lo demuestra. Qin anduvo por Etiopía, por Gabón, por Angola, por Benín y por… Egipto.

El país es uno de los más involucrados en el programa de inversiones chinas conocido como “Ruta de la Seda”. Concretamente, China financia –con altas tasas de interés- uno de los sueños del general-presidente Al Sissi: la construcción de una ciudad que servirá como capital administrativa del país, ubicada a unos 50 kilómetros al este de El Cairo.

Qin habló en Egipto para reafirmar el apoyo de China para “la defensa de la soberanía nacional y la seguridad egipcia”. Palabras que nada tienen que ver con un lenguaje de inversiones, sino con una eventual discusión de un tratado de defensa. En contrapartida, Egipto apoya la política china respecto de la minoría Uigur en la región del Sinkiang.

Como se ve, la tentación de acercarse y formar parte de la visión autoritaria china para el mundo, ronda por las cabezas de la dirección militar de Egipto. Más aún, desde la política de acercamiento de Arabia Saudita con China.

La complicada situación económica impide avanzar más allá. La dependencia del Fondo Monetario Internacional (FMI) y de los préstamos externos hace que lo de China no avance más de la cuenta.

En diciembre 2022, el FMI acordó un préstamo a Egipto por valor de 3.000 millones de dólares en un plazo de 46 meses. Si bien el volumen de lo acordado es relativamente bajo, implica un aliento para el intento de conseguir financiamiento en los mercados de capitales.

Se trata del tercer préstamo que recibe el país desde el año 2016 cuando comenzó la crisis que la pandemia y la invasión rusa sobre Ucrania agravaron. En siete años, Egipto recibió del FMI un total de 23.000 millones de dólares. Es el segundo país en recibir mayor ayuda económica. El primer lugar lo ocupa la Argentina.

Por un lado, la economía y por el otro, el combate contra el terrorismo islámico, constituyen dos frenos para la solicitud de inscripción de Egipto en la visión autoritaria del mundo que lidera China.

Disminuido y aletargado durante los últimos tres años, Estado Islámico volvió a las andadas el 30 de diciembre de 2022. Fue un ataque con ametralladoras contra un puesto policial callejero en la ciudad de Ismailía que orilla el Canal de Suez. Saldo: tres policías muertos, cuatro heridos, uno de los asaltantes muertos y otro, herido, que consiguió fugar.

Según cifras oficiales, imposibles de corroborar, más de mil yihadistas fueron muertos por fuerzas de seguridad egipcias. En contrapartida, siempre según las imprecisas estadísticas oficiales, solo algunas decenas de militares y policías perdieron la vida.

Y Estado Islámico nunca se proclamó enemigo de China, ni de Rusia, su enfrentamiento internacional es con los Estados Unidos, la Unión Europea y los gobiernos de los países musulmanes que no están dispuestos a aceptar la existencia de un “califato” que reine sobre el conjunto del mundo islámico.

El mandato del general-presidente Abdel Fatah Al-Sissi finaliza en 2024. Si bien ya fue electo dos veces, el actual segundo período (2018-2024) será considerado primero por cuanto fue establecido por la nueva Constitución sancionada en 2018.

¿Será entonces Al-Sissi nuevamente electo presidente? Difícil de pronosticar con la crisis económica que flagela el país. En todo caso, de no mediar un imponderable, una cosa es segura: el próximo presidente o es militar o es alguien que cuenta con el acuerdo del todopoderoso Ejército egipcio.

INT/ag.luisdomenianni.vfn/rp.

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