lunes 29 abril 2024

Rusia: el peor momento de Vladimir Putin en más de dos décadas de poder

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Por  Luis Domenianni*****

El contexto mayor es la invasión a Ucrania. En una para nada desdeñable medida, se ubican las aventuras africanas. Ambas dieron como resultado el nacimiento de una oposición antidemocrática al antidemocrático presidente Vladimir Putin. Consiste en una mezcla de neonazis, imperialistas y nacionalistas. El todo encabezado por el Grupo Wagner.

Sí, claro. La oposición democrática continúa existiendo. Pero sufre los embates del régimen con su correspondiente sistema judicial amañado. Pruebas al canto: su rostro más visible, Alexei Navalny, acaba de ser condenado a 19 años de prisión suplementarios –ya purga seis-, acusado y encontrado culpable de “rehabilitación del nazismo” y del “extremismo”.

La acusación sobre el nazismo parece contradictoria con las características mismas del régimen ruso. No lo es si se tienen en cuenta las circunstancias históricas: la “Gran Guerra Patriótica”, apelación rusa para la Segunda Guerra Mundial. Ergo, en Rusia, patriotismo equivale a anti-nazismo, aún si el régimen presenta semejanzas con el hitlerismo.

De allí que todo opositor sea tildado de nazi. Así, resulta nazi Alexei Navalny desde el 2020 cuando “casualmente” comenzó a denunciar la corrupción de Vladimir Putin y su camarilla. El primer intento de acallarlo fue la tentativa de envenenamiento que sufrió aquel año, tentativa sobre la que el gobierno teje un manto de olvido.

El ensañamiento contra Navalny va más allá. Sometido en prisión a un “régimen especial”, el opositor deberá enfrentar un nuevo proceso ante la amañada justicia rusa. Esta vez, por terrorismo. Y ocurrirá lo mismo. Será sentenciado en una parodia de juicio. La única incógnita residirá en la duración de la audiencia. La reciente solo duró 15… minutos.

Navalny no es un caso aislado. El 2 de agosto de 2023, la máquina judicial rusa confirmó la condena de 22 años de prisión para el periodista Iván Safronov por “alta traición”. Delito que también fue imputado al opositor Vladimir Kara-Mourza, condenado a 25 años de cárcel y objeto también de un intento de envenenamiento.

Se trata de “vidas paralelas”. Tanto Navalny como Kara-Mourza fueron víctimas de envenenamiento. Ambos fueron tratados fuera de Rusia. Ambos decidieron volver, convencidos que la oposición se lleva a cabo desde dentro del territorio nacional. Para ambos, el “afuera” es sinónimo de silencio y la intrascendencia. Ambos fueron sentenciados a prisión.

En rigor, el régimen “putinesco” no es otra cosa que una parodia de democracia absolutamente vaciada de contenido, como tantas otras que sobreabundan en el planeta. Una democracia que no tolera la oposición democrática. En síntesis, un autoritarismo.

Putin lleva ya, como presidente o primer ministro, veinte años en el poder. Nunca en esos 20 años debió enfrentar una caída de su popularidad hasta ahora. La inconclusa invasión a Ucrania es la principal razón de su deslizamiento. La recesión económica, incrementada por las sanciones occidentales, opera a su vez como una “guerra de zapa” en su contra.

Es en ese contexto que irrumpió la rebelión de los paramilitares Wagner, encabezada por su jefe y mentor, el oligarca Yevgueni Prigozhin, apodado “el cocinero del Kremlin” debido a su cadena de restaurantes que servía las comidas de agasajo de Putin a dignatarios extranjeros. Las servía y las sobrefacturaba, claro.

La rebelión no fue un intento de instaurar el sistema democrático en Rusia. Todo lo contrario, pese a lo confuso de las informaciones, es posible que el fin último haya sido un golpe de Estado para reemplazar un autócrata por otro. Putin por Prigozhin.

Rebelión abortada, pero…

Prigozhin nació en San Petersburgo en 1961. Intentó una carrera deportiva, pero fracasó. Fue condenado primero a dos años de prisión en 1979 por robo y a trece años en 1981 por robo y por fraude. Pasó nueve años encarcelado. En 1988 fue indultado y en 1990, liberado. Hizo fortuna, como tantos otros oligarcas, de manera próxima al poder.

Prigozhin dice que fundó el grupo paramilitar Wagner en 2014, en ocasión de la primera invasión rusa a Ucrania. El grupo contó con el respaldo total del presidente Putin, del Ministerio de Defensa y del GRU, la inteligencia militar rusa. De allí, el reclutamiento de hombres y las adquisiciones de armas y material bélico.

El oligarca incursionó, además, en la “guerra informática”. Es sindicado como el autor, a través su empresa informática, de las injerencias rusas en las elecciones norteamericanas de 2018. Precisamente, en Estados Unidos, enfrenta sanciones económicas y cargos penales por dichas actividades.

El grupo Wagner participó y participa de acciones militares y de propaganda en distintos países africanos. En particular, en la República Centroafricana donde, además de la presencia paramilitar, actúa en la vida económica del país.

Junto al GRU, la inteligencia rusa, es el incitador de los golpes militares ocurridos en varios países del África Occidental. Tanto en Burkina Faso, como en Mali y ahora –aunque sin la presencia del Wagner como tal- en Níger, los partidarios de los generales putchistas enarbolan banderas rusas en sus movilizaciones de apoyo.

Fue en Ucrania donde comenzaron las desavenencias entre Prigozhin y Putin. Desavenencias que estuvieron centradas en un enfriamiento, primero, y luego una controversia, entre el Ministerio de Defensa y el Grupo Wagner.

Acusaciones de retención de armas y de recursos por parte de los Wagner contra el alto mando ruso, por un lado, junto a las responsabilidades sobre el empantanamiento y luego el retroceso de las tropas rusas que los Wagner asignaban a los militares, convergieron en la rebelión, la toma de la ciudad de Rostov del Don y la “Marcha de la Justicia” hacia Moscú.

Pero la rebelión fracasó, entre otras cosas, porque ninguna unidad militar rusa se plegó. Oficios mediante del también autócrata presidente de Bielorrusia, Alexandr Lukachenko. Prigozhin detuvo el avance, aceptó un exilio en Bielorrusia y logró seguridades en materia judicial acerca de la no presentación de cargos contra él y sus hombres.

A cambio, aceptó disolver el grupo Wagner, sin que quede claro el destino de los paramilitares y de su armamento. De su lado, Putin debió plegar intenciones. Primero habló de traición y de juzgamiento para luego no acusar a nadie y aceptar un “olvido” sobre el incidente.

Pero Putin sale golpeado. Prigozhin y los Wagner quedaron solos y debieron desistir a 200 kilómetros de Moscú, pero nadie los reprimió. Sencillamente porque ninguna unidad militar quiso reprimirlos. A Putin, aunque por omisión, también lo dejaron solo. Eso explica el “mamarrachesco” acuerdo final del aquí no ha pasado nada.

La “verticalidad” del presidente ruso sobre la nomenclatura política, las tropas y el pueblo en general quedó dañada. La gravedad de sus consecuencias será comprobada de acá en más, tanto en la guerra en Ucrania como en Rusia misma.

En el espacio geopolítico, la necesidad de la intervención del megalómano presidente bielorruso será un precio a pagar. Hasta aquí y como producto de una resistencia interior, Lukachenko se apoyaba en Putin. Ahora, los roles se invirtieron.

Tal vez por su deuda en materia de respaldo, el bielorruso medió ante el pedido del Kremlin. De su lado, el presidente kazajo, Kassym-Jomart Tokaiev, prestó oídos sordos. En síntesis, el frente geopolítico de Putin resquebrajó.

Consecuencias ucranianas

Muy pocos, solo algunas excepciones, son los autócratas que mueren –de muerte natural- en el poder. A esta altura del partido es posible imaginar con reducido margen de duda que Vladimir Putin no será uno de ellos.

La “aventura” ucraniana aparece como el cementerio de elefantes donde irán a parar las aspiraciones de su mentor: la de su poder vitalicio y la de su poder imperial.

El Ejército ucraniano avanza, aunque poco, en su contraofensiva que pretende desalojar a los rusos. De momento, no es por el lado militar donde radican los problemas del presidente Putin. Sobre el terreno, no le va bien, pero tampoco le va demasiado mal.

Las debilidades son de corte político y geopolítico. Político, como se vio, con la rebelión Wagner que encendió una llama que nadie sabe a ciencia cierta si fue extinguida definitivamente o si subyace a la espera de una reacción militar. Y es que un año y medio de guerra sin resultados favorables produce agotamiento.

Un cansancio que amenaza convertirse en hartazgo. Del país huyen aquellos que están en edad militar, huyen los científicos, huyen todos quienes se relacionan productiva o económicamente con Occidente. Se van los capitales extranjeros. El ingreso de divisas por petróleo y gas exportados se reduce. Y los drones aparecen en Moscú.

Geopolítico porque el incansable presidente ucraniano Volodymyr Zelensky logró imponer en la agenda internacional el tratamiento de su plan de diez puntos para resolver el conflicto pacíficamente.

Así lo demostró la reunión en el puerto de Yedda, Arabia Saudita, donde la monarquía de ese país logró reunir a 40 países para estudiar el documento. Inclusive, el “aliado” China apareció a último momento y se sentó a la mesa junto a los Estados Unidos. Comenzar una discusión sobre el plan de Zelensky es en sí una derrota significativa para la diplomacia de Putin.

¿Qué dice el plan del presidente ucraniano? Son diez puntos propuestos para finalizar el conflicto. Entre ellos: completo retiro de las tropas rusas del territorio ucraniano; liberación de los prisioneros de guerra y de las personas deportadas –en particular los casi 20 mil niños-; el restablecimiento de la seguridad alimentaria y energética, entre otros.

Condiciones a las que se agrega la exigencia a Rusia de ofrecer garantías sobre la seguridad de Ucrania tras la finalización de los combates. Bajo estos términos, una eventual negociación será, cualquiera fuese el resultado, una derrota rusa.

Entre los cuarenta países asistentes sobresalen -además de China- Brasil, India y Sudáfrica. Todos ellos amigos de Putin y sus socios en el BRICS, cuya reunión cumbre debe llevarse a cabo en Johannesburgo, Sudáfrica, entre el 22 y el 24 de agosto. Allí, estarán todos los mandatarios menos Putin por mandato de arresto de la Corte Penal Internacional.

Para los ucranianos, fue todo un éxito que los BRICS –sin Rusia- acepten discutir el plan sin reclamar el alto el fuego previo que congele la ocupación rusa actual de territorio ucraniano. Solo China insiste con el tema. Los rusos dicen que se trata “solo de tentativas de Occidente destinadas al fracaso”. No parece.

¿Nuevo frente?

La respuesta diplomática soviética fue aproximarse al régimen aislado, autoritario y ultra conservador de los ayatolás de Irán y hacia el África. En este último caso a través de dos cursos de acción. El primero vinculado a los cereales que África importa para la alimentación de sus poblaciones y el segundo relacionado con el apoyo a los golpes de Estado militares.

El presidente Putin desconoció la continuidad del acuerdo con Ucrania para permitir la salida de los barcos cerealeros con destino al África subsahariana. Se trata de un mecanismo –para muchos perverso- de volcar a su favor a los dirigentes africanos mediante una forma de extorsión: provisión de cereal a cambio de apoyo internacional.

El segundo es el apoyo a los golpes militares en la región de Sahel subsahariano. Tanto en Mali, para Burkina Faso y ahora Níger, las banderas rusas flamean en las concentraciones a favor de los golpistas. Una especie de retorno tardío y fuera de lugar a la “guerra fría”. En la República Centroafricana, Rusia apoya las veleidades vitalicias de su presidente Faustin Touadéra.

Un apoyo que, hasta aquí, se materializada a través de la presencia de los paramilitares del Grupo Wagner. De aquí en más, nadie sabe cómo continuará la asistencia rusa. ¿Comprometerá tropas? ¿Combatirán contra el extremismo islámico? De momento, sin respuesta.

En frente, Ucrania apoyada, de momento sin fisuras, por las naciones de la OTAN –aunque en distinta medida- encabezadas por los Estados Unidos.

Los fracasos militares rusos son, en buena medida, responsables del “in crescendo” de la guerra que aumenta no solo en intensidad combativa sino también en la visualización de blancos civiles.

El ataque a los puertos ucranianos y la amenaza sobre los puertos rumanos que tomaron la posta en la carga de cereales exportables confirman este avance hacia la guerra total. Los ataques de drones sobre Moscú conforman la respuesta ucraniana.

Pero, además de crecer en intensidad, el conflicto amenaza con extenderse. Un eventual enfrentamiento no es descartable en las aguas del Mar Báltico. Como se recordará, Finlandia acaba de ingresar a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y Suecia hará lo propio este año tras la ratificación de su entrada por parte de los parlamentos húngaro y turco.

Fue así que el 02 de agosto pasado, Rusia inició unas maniobras navales y aéreas en el Báltico con la participación de 30 navíos de guerra, 30 aviones navales y 6.000 militares para “proteger las comunicaciones marítimas, el transporte de tropas y material bélico y la defensa del litoral”.

La respuesta sueca no se hizo esperar. La movilización de su flota marítima y aérea pone de manifiesto la decisión del gobierno de Estocolmo. La doctrina militar sueca se centra en defender el territorio lejos de sus fronteras. De allí que la movilización marítima y aérea deba ser tomada en serio.

El presidente Putin debería tomar en cuenta que todo cambió. Si durante la guerra fría la Unión Soviética podía contar con la ayuda de Polonia, los tres estados Bálticos y la Alemania Oriental, hoy ocurre todo lo contrario. Alemania unificada, Polonia, los Bálticos y Dinamarca integran la OTAN, Finlandia acaba de hacerlo y Suecia se apresta a ello.

En síntesis, los países ribereños están en condiciones de bloquear los puertos rusos del Báltico. Se trate de San Petersburgo o de Kaliningrado. La otrora ventaja estratégica de la Unión Soviética no existe más.

Empantanada en el flanco sur de su territorio europeo –Ucrania-, Rusia corre serios riesgos de quedar aislada en su flanco noroeste, el Báltico. La agresión de Putin logró sacar a la OTAN de su anquilosamiento anterior y dotarla de un rejuvenecimiento inesperado. Putin lo hizo.

INT/ag.luisdomenianni.vfn/rp.

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