sábado 27 abril 2024

China: avances y retrocesos en la disputa por la hegemonía mundial.

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Por  Luis Domenianni*****

La obsesión por alcanzar un nuevo orden mundial domina la política exterior de la República Popular China. En rigor, “un nuevo orden mundial” no es otra cosa, para los gobernantes del otrora Imperio Milenario, que una nueva hegemonía. Es decir, que China reemplace a los Estados Unidos como potencia dominante a nivel global.

Para alcanzar el objetivo, China distribuye sus tareas en tres frentes principales: primero, la geopolítica regional centrada en el mar de la China Meridional; segundo, la penetración mundial, fundamentada en la Iniciativa de la Ruta de la Seda y tercero, el desarrollo económico que coloque a China como primera potencia mundial.

Las tareas principales se mezclan con un sinnúmero de cuestiones menores que conservan una identidad propia.

Así, con la geopolítica regional se superpone el contencioso de Taiwán o la reciente e impensable reconciliación de Japón y Corea del Sur quienes, a instancias de los Estados Unidos, alcanzan una alianza que pretende superar las cuentas pendientes de la salvaje ocupación japonesa de la península coreana antes y durante la Segunda Guerra Mundial.

O con la penetración mundial con la Iniciativa de la Ruta de la Seda, corren en paralelo el funcionamiento de los BRICS –Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica- y los encuentros China-África, y de China-Asia (Organización para la Cooperación de Shanghai).

Por último, al desarrollo económico no son ajenas la intolerancia de la dictadura del Partido Comunista, la vulneración de los derechos humanos en la región uigur y en el Tibet, de los derechos civiles en Hong Kong, las muy malas condiciones sociales y laborales de gran parte de la población.

Ahora bien, en comparación con las acciones de su vecino y asociado, la Rusia de Vladimir Putin, la China de Xi Jinpin trabaja en sus objetivos con un estilo relativamente mesurado. No invade territorios que reclama. Por el contrario, intenta manejar los tiempos. Avanza de a poco y absorbe los golpes en contrario. Que no son pocos.

El adversario a vencer, aunque de momento no el enemigo, son los Estados Unidos. Ninguna de las acciones u omisiones del gobierno chino pierde de vista esa competencia por la hegemonía mundial.

Se trata de una relación ambigua. China y los Estados Unidos conviven dentro de una mezcla de estrechos lazos económicos con una comprobada hostilidad político-militar. La incógnita al respecto consiste en determinar si dicha ambigüedad puede persistir en el tiempo.

Algunos acontecimientos militares en la región del Mar de la China Meridional sobre el que la dictadura del presidente Xi reclama la soberanía la ponen en duda. Un reclamo que las Naciones Unidas no reconocen. Incidentes entre aviones militares y entre navíos de guerra de ambos países ponen en riesgo la convivencia.

Es más, en los ambientes donde se tratan cuestiones de defensa en los Estados Unidos, no son pocos quienes imaginan la posibilidad de un conflicto armado a partir de algún “choque” militar. El razonamiento se fundamenta en la falta de diálogo entre ambos países.

Sin embargo, el diálogo existe y no es de sordos. Tres altos funcionarios norteamericanos recientemente conversaron con sus pares chinos. Se trató del secretario de Estado, Anthony Blinken, de la titular del Tesoro, Janet Yellen y del asesor de Seguridad, Jake Sullivan. En todos los casos, se persigue un acuerdo de “statu quo”.

Nerviosismo financiero

¿En qué consiste ese statu quo? Para Estados Unidos se trata del “pequeño patio”. Al igual que los restantes miembros del G7 –Alemania, Canadá, Francia, Italia, Japón y el Reino Unido- los Estados Unidos no desean desacoplar su economía de la China. Es decir, pretenden mantener el libre comercio con excepción de un espacio perfectamente definido.

Es el “pequeño patio” rodeado de altas murallas que impiden por completo el acceso. Consiste en el control sobre las exportaciones de tecnologías susceptibles de alterar el balance militar.

Para China, el “statu quo” no existe. Existe, en cambio, la revisión –y a su exclusivo beneficio” de las reglas del sistema internacional. Es así que trata de imponerse por la fuerza en el Pacífico Occidental. Es así que crea y usa cadenas de abastecimiento y capacidades financieras para asegurar una dominación política.

Además, utiliza al comercio como arma para castigar a los países del Sudeste Asiático que osan discutir su preponderancia, Vietnam en particular. Para los chinos, las quejas norteamericanas son producto de la envidia que brota como consecuencia de la relativamente reciente conversión de China en gran potencia.

No parecen estar en lo cierto. En la actualidad, la economía norteamericana crece relativamente bien, el empleo alcanza niveles de plena ocupación y la inflación tiende a estabilizarse producto de una política monetaria restrictiva que no impide el desarrollo de la producción. En alguna medida, envidiable.

A China le pasa lo contrario. Tras años de encierro en sus hogares de muchos trabajadores como consecuencia de una política extrema contra la pandemia del COVID, no se produjo el esperado “boom” económico, sino todo lo contrario.

El país entró en una fase de semi estancamiento que motiva la deflación de precios y la quiebra de empresas gravitantes, particularmente en el sector inmobiliario. Resultado: mientras el mundo sube las tasas de interés para frenar la inflación, China debe hacer lo contrario para promover la producción.

La reducción de las tasas de interés estuvo acompañada por la inyección estatal de 32 mil millones de dólares en el sector bancario para su auto financiación y para ampliar sus respectivas carteras crediticias. Pero, las dificultades del sector inmobiliario y la desconfianza de los consumidores comprometen la voluntad de gasto por parte de los consumidores.

Como consecuencia, decrece el empleo. A tal punto que como suelen hacer las dictaduras cuando los números no cierran, el gobierno chino dejó de informar sobre el índice de desempleo joven. A junio del 2023, el desempleo juvenil era del 20,8 por ciento. En julio, con 12 millones de egresados de las universidades, dicho guarismo debía crecer sustancialmente.

Dicho estado de situación es agravado por la deuda de las distintas administraciones locales. Ningún banco presta ya a los gobiernos regionales o locales. O le prestan al Estado central para emprender el mejoramiento de infraestructuras, o no le prestan a nadie. ¿Y la inyección de liquidez por parte del Estado? Va a la especulación con títulos públicos.

Dos casos ilustran la situación. La ciudad de Wuhan –donde comenzó la pandemia- publicó la lista de acreedores de la municipalidad a los que no se les puede pagar. La provincia de Guizhou anunció su incapacidad de devolver préstamos por más de 1 billón de yuanes. Siguió, por una suma equivalente, la provincia de Yunnan.

Municipalidades y provincias chinas deben a la fecha 30 billones de yuanes, el tripe de hace una década. Convertidos a dólares, en su conjunto, los gobiernos regionales y locales deben algo más de 4 billones 115 mil millones de dólares.

“Mare nostrum”

La República China, nombre oficial de Taiwán, es el talón de Aquiles del expansionismo chino. Primera y principal razón porque China –la República Popular- considera a Taiwán como parte integrante de su soberanía. Segunda razón, porque Taiwán cierra por el norte el Mar de China Meridional, al que el gobierno chino considera propio.

Son dos cuestiones que se superponen. Históricamente, Taiwán nunca representó ambición alguna para el Imperio Celestial. Por el contrario, holandeses disputaron con españoles su dominio que, finalmente, quedó en manos de piratas chinos. Contra todos ellos, combatieron los primitivos habitantes de Taiwán.

Finalmente, no sin rebeliones y levantamientos, el Imperio Chino impuso su soberanía, tras un intento –guerra mediante- de dominación francesa. Taiwán pasó a manos japonesas tras la derrota china en la guerra que duró dos años 1894-96. Los japoneses fundaron industrias, construyeron ferrocarriles y un sistema de saneamiento y establecieron la educación formal.

Más allá de sus beneficios –la casi totalidad iba a parar a Japón- la dominación aplastó salvajemente cualquier tipo de resistencia. Aborígenes y chinos fueron tratados como ciudadanos de segunda. Más de dos mil mujeres fueron obligadas a la prostitución para satisfacción de los soldados del Ejército Imperial durante la Segunda Guerra Mundial.

La rendición de Japón actualizó la cuestión de la soberanía. Tras la retirada japonesa, Taiwán quedó ocupada por China, pero nunca hubo un documento oficial sobre su soberanía, salvo el de la renuncia a la misma por parte de Japón.

La derrota de los nacionalistas en la guerra civil china motivó su refugio y resistencia en Taiwán. Con el tiempo, el Kuomintang –el partido nacionalista- perdió influencia y, a la fecha, gobierna la isla, desde 2016, el independentismo taiwanés.

Para China, la legalidad tiene poca importancia. No la tuvo en la ocupación militar y anexión del Tibet. No la hay en la represión con campos de concentración incluidos en el Sinkiang. No la hay en la intolerancia frente a los demócratas de Hong Kong. En igual sentido, no tiene por qué haberla en Taiwán.

De allí el permanente hostigamiento con aviones militares que ingresan masivamente en la zona de exclusión que rodea la isla y con navíos de guerra estacionados en el estrecho de Taiwán, que la separa del continente.

Hasta el presente, el gobierno taiwanés cuenta con el firme respaldo de los Estados Unidos. Sin dudas, el disuasivo principal frente a una eventual operación militar de conquista. La fallida aventura rusa en Ucrania ante la firmeza occidental, también opera como tal.

Como se dijo, Taiwán constituye un capítulo especial del intento chino de adueñarse del Mar de China Meridional del que son ribereños, además de China y Taiwán, Vietnam, Camboya, Malasia, Singapur, Indonesia, Brunei y Filipinas. En particular, Singapur uno de los principales puertos del mundo.

Si China se apropiase del citado mar, adiós a la libertad de navegación y, por tanto, al libre comercio. De allí que en el Mar de China Meridional se juega mucho. Algo que, además de Estados Unidos, comprenden Australia, Japón y Corea del Sur.

Alianzas

Nunca es igual, pero la historia tiende a repetirse. Ayer fue la claudicación de las democracias ante Adolf Hitler en la partición de Checoslovaquia, hoy es la extrema prudencia de los occidentales respecto de la integración de Ucrania al Tratado del Atlántico Norte, la OTAN.

Ayer fue la “guerra fría” entre los bloques que encabezan los Estados Unidos –la propia OTAN- y la Unión Soviética del Pacto de Varsovia. Hoy, son las alianzas que China arma con la Organización de Cooperación de Shanghai o con la Iniciativa de la Ruta de la Seda BRICS, frente al Grupo de los Siete (G7) de los Estados Unidos y los países más industrializados.

Ayer fue China el tercero en discordia, hoy lo es Rusia, aún si momentáneamente ocupa el rol de aliado menor de los chinos. Ayer los terceros en discordia se alinearon con China y sirvieron los intereses soviéticos como Grupo de Países No Alineados. Hoy ese lugar, es ocupado por la alianza heterogénea denominada BRICS por las iniciales de sus componentes.

La reunión del BRICS en Sudáfrica pretendió avanzar en la suplantación del dólar como moneda de intercambio internacional. Envueltos en banderas nacionalistas, los líderes de los cinco integrantes aspiran a llevar a cabo intercambios comerciales directos transados en las propias monedas.

Seriamente, nadie cree que pueda funcionar. Hoy, el 60 por ciento de las reservas de los Bancos Centrales está en billetes “verdes” y buena parte del 40 por ciento restante, en oro.

Además, el dólar representa el 89 por ciento de las transacciones en los mercados de cambio, el 60 por ciento de la facturación comercial y casi el 50 por ciento de la emisión de obligaciones.

Frente a ello, el yuan chino solo totalilza el 2,5 por ciento de las reservas mundiales de cambio. Es decir, no solo mucho menos que el dólar sino, además, menos que el euro con el 20 por ciento; que la libra esterlina con el 5,5 por ciento o que el yen con el 4,8 por ciento.

La verdad es que los BRICS que ya llevan 22 años de “alianza” no logró avanzar en nada, salvo en la creación de un banco común cuya operación es por demás limitada. Tal vez, por ello, es que el emprendimiento decidió agrandarse con Arabia Saudita, los Emiratos Árabes, Etiopía, Egipto y la Argentina, a partir del 2024.

Con todo, para China, que pretende ampliar el BRICS también a los países africanos, se trata de un terreno de lucha más. Para Rusia, es un mecanismo para evitar las sanciones del G7. Para Brasil, India y Sudáfrica, un foro donde pueden hacer escuchar una retórica anti hegemónica, hasta hace algunas décadas, anti imperialista.

Desde la caída de los imperios centrales tras la Primera Guerra Mundial, el mundo presencia una lucha constante –a veces, militarizada- entre las democracias liberales y los autoritarismos populistas. En líneas generales, nada cambia, salvo los actores principales en el bando autocrático. Antes de ayer fue Alemania, ayer la Unión Soviética, hoy China.

Como jefe del populismo autoritario, China reúne en su derredor a Corea del Norte, a los países del Asia Central –ex vasallos de Rusia-, a la propia Rusia y acaba de incorporar a Irán.

Esa heterogeneidad es, a la vez, la fortaleza y la debilidad de los BRICS. Y es que allí no se habla de derechos humanos, de corrupción o de democracia. Ese silencio, esas omisiones, atraen a muchos autoritarios del mundo. A la vez, alejan a quienes creen en esos valores.

INT/ag luisdomenianni.vfn/rp.

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