viernes 7 febrero 2025

Pakistán: otra trágica historia de populismo y de políticos tradicionales

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Por  Luis Domenianni*****

El 10 de octubre de 2021 muere, en la capital Islamabad, el físico nuclear Abdul Qadeer Khan, conocido universalmente como el “padre” de la bomba atómica pakistaní. Khan, junto al otro “padre” Mohamed Ali Jinnah, el de la separación de la India británica en dos estados, uno musulmán y otro hindú, fueron los hombres que marcaron la historia moderna de Pakistán.

Con inmensos conflictos, que van desde lo territorial hasta lo étnico, desde lo religioso hasta la inestabilidad política, que pasan por una economía desquiciada, Pakistán, pese a la independencia de su parte oriental, la actual Bangladés, mantiene una unidad cuya razón de ser está en unas fuerzas armadas omnipresentes y en su calidad de potencia nuclear.

Pakistán tiene un enemigo declarado que es la India. Ambos estados se enfrentaron militarmente en 1947 durante un año por el dominio de la región de Cachemira. Volvieron a combatir en la misma región en 1965. Y otra vez, en 1999.

En 1971, chocaron en el Pakistán Oriental que, con participación india, dejó de ser pakistaní para alcanzar la independencia como Bangladés.

El status de Cachemira, ocupada en su mayor parte por la India y, en menor medida, por Pakistán es la piedra principal que impide la paz entre ambos estados. Pero, el conflicto se disparó al infinito cuando, en 1974, la India llevó a cabo con éxito su primera prueba nuclear, denominada “Buda Sonriente”.

Dicha prueba, motivó la movilización de los científicos pakistaníes, particularmente Khan que residía en los Países Bajos. Luego de muchas controversias internas, la respuesta ocurrió en 1998 con las pruebas nucleares conocidas como Chagai-I. A la fecha, la India y Pakistán son potencias nucleares militares reconocidas.

No obstante, las décadas de enfrentamientos y la capacidad nuclear, a principios de 2023, el ahora ex primer ministro Shehbaz Sharif propuso un diálogo con el vecino indio para dilucidar las desavenencias entre ambos países. ¿Buena voluntad? Más vale otra cosa: la muy deteriorada economía pakistaní, que lleva a enterrar el “hacha de guerra”.

Las relaciones internacionales de Pakistán mutan al compás del conflicto en Cachemira. En un principio, históricamente, Pakistán fue amigo tradicional de China y de los Estados Unidos, en tanto que la India lo fue de Rusia.

A la fecha, todo es confuso. China mira siempre con buenos ojos a Pakistán, aunque promueve los BRICS donde comparte membresía con la India. Preocupada por China, la India se acerca a Estados Unidos con quién comparte, junto con Australia y Japón, una iniciativa de defensa común anti-china.

A su vez, en su frontera oeste, Pakistán debe convivir con los talibanes afganos. Una convivencia particularmente difícil si se tiene en cuenta la presencia de talibanes pakistaníes en la provincia de Jaiber Pastunjuá, donde la mayoría de la población pertenece a la etnia pastún. La totalidad de los talibanes, a ambos lados de la frontera, son pastunes.

Es bajo ese marco, que se suceden conflictos puntuales como el asesinato, en dos oportunidades de técnicos chinos, a manos terroristas. O las movilizaciones anti francesas con toma de rehenes incluidas, originadas en una “blasfemia” sobre el Corán del semanario humorístico francés Charlie Hebdo.

El experimento populista

La política interior de Pakistán gira, desde siempre, en derredor de la inestabilidad como signo característico. Golpes militares, asesinatos de presidentes y de primeros ministros, ejecuciones de políticos y terrorismo islámico componen el panorama de la lucha por el poder dentro del país.

Más allá de los golpes militares que instauraron dictaduras también inestables, la política pakistaní fue dominada por dos familias: los Bhutto y los Sharif. A lo largo de la historia, el clan Sharif contó con varios gobernantes, entre ellos, los hermanos Nawaz y Shehbaz, este último es el actual primer ministro. Pero, el jefe es Nawaz.

El otro clan, el de los Bhutto, gobernó en menos ocasiones. Primero fue el padre Zulfikar quién murió ahorcado (1977) por los militares que lo depusieron. Luego, la hija, Benazir, primera mujer en gobernar un estado musulmán. Murió asesinada en 1996.

Con sus idas y vueltas, bajo la mirada peligrosa de los militares y la del todopoderoso servicio de inteligencia, el Inter-Service Intelligence (ISI), el sistema bipartidista no sufrió prácticamente alteraciones hasta la llegada al poder del mejor jugador de cricket –el deporte más popular del país-, Imran Khan.

Es que Khan –sin parentesco con el científico nuclear- representa el anti sistema. No era, ni es, hombre de los Sharif, ni de los Bhutto. Es el clásico populista, asistencialista, con discurso nacionalista e Islámico. Fue el cambio que desplazaba a los conservadores Sharif y a los más o menos socialdemócratas Bhutto.

Pero, una cosa es ganar una elección y otra, muy distinta gobernar. La bonanza prometida por Khan nunca llegó. Pobres y clase media nunca experimentaron, más allá del asistencialismo, una mejoría. La corrupción no solo no fue erradicada, sino que complicó a varios de sus ministros. El endeudamiento nunca finalizó.

El gobierno de Khan debió plegar banderas para obtener un préstamo de 6.000 millones de dólares del Fondo Monetario Internacional (FMI)a fin de evitar una cesación de pagos. En el terreno de la seguridad, sufrió los embates del terrorismo de Estado Islámico con atentados que causaron decenas de muertos.

A medida que el deterioro de su gobierno progresaba, Khan amplificaba su retórica anti-India y se distanciaba de Occidente, en particular de los Estados Unidos. Obviamente, se arrojaba a los brazos de China y de Rusia. A tal punto, que el día del ataque ruso a Ucrania, Khan era fotografiado en el Kremlin, estrechando la mano del autócrata Vladimir Putin.

En los días previos a su destitución, el ex campeón de cricket intentó una maniobra: disolver el Parlamento y convocar a elecciones anticipadas. No funcionó porque la Corte Suprema declaró ilegal la disolución. Entonces, la suerte quedó echada.

Los desaciertos de Khan fortificaron a los tradicionales –los Sharif y los Bhutto- de la política pakistaní cuyos legisladores junto a los del partido del extremismo islámico votaron una moción de censura que destituyó a Khan en abril del 2022 ante la mirada complaciente de los altos mandos del Ejército disconformes con los giros en la política exterior.

Y, entonces, solo dos días después, los clanes volvieron. Unidos, no por el amor, sino por el espanto. Shehbaz Sharif fue elegido primer ministro por el Parlamento, apoyado por Asif Ali Zardari –el viudo de Benazir Bhutto-, y por el fundamentalista islámico, el religioso Fazlur Rehman, considerado por muchos observadores como oportunista.

Shehbaz marcó la cancha de entrada. En su discurso inaugural, habló del “bien” –él, claro- en contraposición al “mal”, Imre Khan. Semejante maniqueísmo justifica la destrucción del otro. De allí, la persecución judicial –sin abrir juicio de valor- contra el ex campeón de cricket y play boy de la noche londinense, Imre Khan.

Turbulencia y terrorismo

Pero Imre Khan no está solo. Sus partidarios son muchos y parecen no abandonarlo. En mayo de 2023, en ocasión de su arresto, los disturbios se propagaron por las calles de las principales ciudades del país. El gobierno reprimió a sangre y fuego y los manifestantes muertos fueron al menos doce.

La violencia no es extraña en Pakistán. Por el contrario, es cotidiana. Los hechos de terrorismo se suceden casi sin solución de continuidad. Algunos son particularmente sangrientos. Una parte tiene como objetivo el Ejército o la Policía. Pero, en gran medida, atacan a civiles en las mezquitas, en los mercados o en los buses que los transportan.

Los orígenes de los atentados son diversos. Pueden provenir de la multinacional terrorista islámica Al Qaeda, siempre aliada con los Talibanes afganos y sus ramificaciones pakistaníes. O pueden provenir de la intolerancia religiosa como el vandalismo contra iglesias y domicilios cristianos en la ciudad de Faisalabad.

O se trata de ajustes de cuentas entre extremistas como el atentado suicida planificado y ejecutado por la otra internacional terrorista islámica Estado Islámico que fue perpetrado durante un acto público del partido religioso conservador Jamiat. En la ocasión murieron al menos 54 personas.

El atentado de mayor magnitud fue el cometido en el cuartel general de la policía de la ciudad de Peshawar. Allí, murieron alrededor de 90 personas –la mayor parte, policías- y otras 150 resultaron heridas. Más allá del impresionante número de víctimas, su calidad de policías y la localización del hecho dejan entrever circunstancias particulares.

¿Cómo pudo el atacante suicida atravesar los numerosos controles que rodean un acto religioso policial? ¿Quién facilitó sus movimientos? ¿Quiénes fueron sus autores intelectuales y cuál fue su móvil?

La respuesta está en otra organización terrorista, esta vez local, no internacional. Se trata del TTP, Tehrik-e-Taliban Pakistán. Como su nombre lo indica, particularmente vinculado a sus similares que tomaron el poder en la vecina Afganistán.

Casi de manera inocente, el gobierno pakistaní y el Inter-Service imaginaron que, con la llegada de los Talibán al poder en Afganistán, la calma sobrevendría en Pakistán. Una mediación de los afganos comenzó a negociar la pacificación, allá por mayo de 2022.

Pero, en noviembre del mismo año, el TTP rompió las negociaciones tras acusar al gobierno pakistaní de no respetar los compromisos celebrados. Cabe consignar que el TTP fue fundado en 2007 y corrió casi la misma suerte que sus “hermanos” afganos. Aletargados durante años, recuperaron fuerza a partir del triunfo Talibán en el vecino país. Ahora, atacan.

El TTP recluta sus combatientes exclusivamente entre los miembros de la etnia pastún, en la provincia de Jaiber Pastunwa, donde es mayoritaria. Con mayor o menor fuerza, movimientos independentistas o autonomistas existen en otras provincias.

Es que Pakistán es un mosaico de etnias, seis de ellas consideradas principales. La más numerosa es la Punjabi que representa el 45 por ciento de la población total y habita el centro este del país. Seguida por los citados Pastún con casi el 15 por ciento en el noroeste. Luego los Sindi, localizados en el sudeste que totalizan el 14 por ciento.

Siguen los Sariaki del centro de Pakistán, con el 8 por ciento. Los Muhair, migrantes de India tras la partición en 1947, con el 7 por ciento quienes conforman la población con mayor nivel educativo del país. Los Baloch –próximos de los persas iraníes- que suman el 3 por ciento y están ubicados en el extremo sudoriental.

Economía y sociedad

¿Se trata de la primacía del huevo o la de la gallina? Un interrogante de complicada respuesta si de la economía y la política pakistaní se trata. En otras palabras ¿Es la compleja situación económica el origen de la inestabilidad política o viceversa?

Suena conocido. Pakistán atraviesa una penuria de reservas, concretamente de dólares. La respuesta del gobierno es el bloqueo de las importaciones. Y el resultado no es otro que la paralización creciente de sectores productivos.

Penurias en la industria textil, en la siderurgia, en la construcción, en la farmacéutica. Barcos que se “apilan” en los puertos y que no descargan en razón de la imposibilidad de cobro de los envíos.

¿Y a quién recurre Pakistán, como tantos otros en el mundo? Al salvataje del odiado y vilipendiado Fondo Monetario Internacional, que no es filántropo, sino prestamista. En todo caso, el prestamista menos usurero del planeta. Pero el blanco ideal sobre quién echar las culpas por parte de los gobiernos populistas que llevan a los países a la ruina.

Como siempre, el Fondo les dice –a los pakistaníes y a los demás- hagan reformas, gasten menos, reduzcan o eliminen los subsidios a la electricidad y al gas, liberen la política cambiaria. Dureza draconiana originada en el despilfarro nacional. Y, claro, cualquier dificultad climática o telúrica complica –no suele ser causa- la estabilidad económica.

Las historias se repiten, no como tragedia, sino como farsa. La presente recurrencia al Fondo Monetario Internacional es la número 23 en los 76 años de vida independiente del país. O sea, un pedido de ayuda al FMI cada 3 años en promedio. Decididamente, algunos no aprenden.

Como se dijo, el comportamiento del clima y la geología no son causa de los problemas económico-sociales de Pakistán, pero, sin dudas, agravan la situación. Desde siempre el país sufre y, a la vez, se beneficia de los monzones, un fenómeno climático que consiste en fuertes vientos producidos por la diferencia de temperatura sobre la tierra y sobre el mar.

El beneficio es el riego de la tierra, el daño es la inundación de las aldeas. El balance, a veces pende para un lado, otras para el otro. Pero, el monzón de invierno del 2022 fue, sin dudas, el que produjo la mayor devastación de la historia pakistaní.

INT/ag.luisdomenianni.vfn/rp.

Las muertes, en consecuencia, superaron los 1.700 casos. La destrucción alcanzó a centenares de miles de viviendas. Miles de kilómetros de rutas y centenares de puentes quedaron inutilizables. El total de personas afectadas redondeó 33 millones de damnificados.

Quizás como recurso propagandístico, aunque seguramente con una parte de verdad, el gobierno culpa al cambio climático por el suceso. Es decir, a los países industrializados. En otras palabras, “carguen ustedes con los gastos”.

Cierto es que Pakistán produce menos de uno por ciento de las emisiones mundiales de gas con efecto invernadero. Cierto es, por tanto, que su responsabilidad en el cambio climático es de escasa significancia. No menos cierto es que, sin llegar a semejante magnitud, en todos los años de su vida independiente el país contabiliza muertos y daños en razón de los monzones.

Suele decirse que la solidaridad debe comenzar por casa. No es el caso de Pakistán. Como tantos otros por el mundo, grita por la paja en el ojo ajeno, mientras ignora la viga en el propio.

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