lunes 29 abril 2024

Grecia: superada la crisis financiera toca el turno de las migraciones y el clima

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Por  Luis Domenianni*****

Mientras que, por fin, los números dicen que Grecia emergió de la crisis financiera que hundió su economía –aún si las secuelas sociales permanecen visibles-, el país enfrenta con particular gravedad dos de los principales problemas vigentes por estos años en todo el planeta: la ola migratoria y el calentamiento global.

Lo ante dicho no menoscaba el interés por la política que los griegos exhiben desde siempre. Desde el ágora ateniense hasta nuestros días. Claro, ya no se trata de democracia directa como en la antigüedad. Ahora, los ciudadanos eligen a sus representantes.

Y los griegos, contra todos los pronósticos, votan conservador. En épocas donde los “cantos de sirena” abundan en el planeta. Cuando los “hombres providenciales” están a la orden del día. Cuando las expectativas se corren hacia los populismos de derecha o de izquierda, Grecia parece haber aprendido la lección. Que no es otra cosa que basta de locuras.

No se trata de decir que un voto a los conservadores es un voto sensato. Puede ser a los conservadores o a los socialdemócratas o a los liberales o a los verdes. No debería ser para los extremos ya sean de izquierda o de derecha. Y, por estas épocas, “los extremos” son el populismo.

Fue en marzo del 2023, en plena efervescencia por el peor accidente ferroviario de la historia del país ocurrido el 28 de febrero de 2023, cuando el primer ministro conservador Kyriakos Mitsotakis (55 años) convocó a las elecciones que finalmente se llevaron a cabo en mayo –primera vuelta-  y junio –segunda vuelta- del mismo año.

Ninguna encuesta favorecía al Partido Nueva Democracia, la formación política de Mitsotakis. Por el contrario, la movilización de miles de personas, por las calles de todo el país, que endilgaban al gobierno la responsabilidad por el accidente ferroviario, hacía pensar que el primer ministro transitaba sus últimos días al frente del gobierno.

Como suele ocurrir la decisión popular no coincidió con los pronósticos de los “recabadores” profesionales de la opinión pública. También quedó demostrado que la indignación callejera por el accidente ferroviario no fue del todo espontánea.

Si bien la situación macro económica de Grecia demuestra que el país salió de la crisis en la que cayó como producto de la absoluta irresponsabilidad en materia fiscal –con falsificación de estadísticas incluida- de un anterior gobierno socialdemócrata, no todas son rosas, ni mucho menos.

La economía crece -5,2 por ciento del Producto Bruto Interno, en 2022- pero las desigualdades enturbian el proceso. Si la teoría del derrame funciona, es posible que la situación social mejore a corto plazo. Caso contrario, la convulsión social irá en aumento.

No obstante, y de momento, el Partido Syriza –extrema izquierda- del ex primer ministro Alexis Tsipras intentó, pero no pudo, capitalizar esa grieta socioeconómica. Tampoco, aunque creció, la extrema derecha de los partidos que suplantan a la agrupación Alba Dorada, tras ser considerada como organización criminal por un tribunal de Atenas, en 2020.

El resultado electoral fue ampliamente favorable para Mitsotakis y sus conservadores. Con algo más del 40 por ciento de los votos duplicaron al Syriza y cuadruplicaron al PASOK, la versión griega de la social democracia. Pero aún si la victoria fue clara, no alcanzó para formar gobierno en solitario.

El sistema electoral griego no contempla una doble vuelta. La razón reside en que si nadie obtiene mayoría absoluta debe formarse un gobierno de coalición. Pero la Constitución ofrece una segunda posibilidad, a través de una nueva convocatoria, donde la distribución de bancas es diferente. Premia con un “bono” creciente al ganador si supera el 25 por ciento de los votos.

El gobierno Mitsotakis convocó, en consecuencia, a una nueva elección que se llevó a cabo en junio de 2023. Otra vez ganó ampliamente y con el 41 por ciento obtuvo el máximo “bono” posible -50 bancas- con lo que redondeó una mayoría absoluta y volvió a gobernar en solitario.

Catástrofes

Desde ya que no es poca cosa contar con amplio apoyo popular cuando deben enfrentarse problemas tan graves como el cambio climático y las migraciones. No se trata ni de enunciados teóricos, ni de amplificaciones intencionadas. Ambos problemas son absolutamente reales en Grecia.

La ola de calor del verano del 2023 y su secuela de incendios forestales en regiones tan distantes unas de otras como el centro del país, o el noreste fronterizo con Turquía o la isla de Rodas, por citar solo algunos ejemplos, revelan la amplitud de un fenómeno que parece haber llegado para quedarse.

Cierto que no es nuevo. Año a año, el calor avanza y justifica a aquellos que claman por medidas urgentes contra el calentamiento global.

Los incendios comenzaron en Rodas. Dejaron un saldo de cinco personas muertas y arrasaron 18 mil hectáreas. Tras Rodas, una sucesión de fuegos forestales sacudió todo el territorio. Fueron censados un total de 92 incendios en 14 frentes principales. Las regiones más afectadas: Beocia, Ática, Peloponeso, el nordeste, la isla de Eubea y la de Kythnos.

A los muertos de Rodas, se sumaron 19 migrantes fallecidos en la frontera greco-turca y un pastor de la región de Beocia. Las evacuaciones estuvieron a la orden del día. En Alexandroupoli –nordeste- fueron trasladados, ante el avance de las llamas, los enfermos internados en el hospital y el fuego amenazó una base militar repleta de explosivos.

En el Ática, el traspaís de la capital Atenas, fue necesario evacuar la población de algunos barrios periféricos lindantes con la zona rural. Debieron ser cerradas varias rutas y los accesos al Parque Nacional del Monte Parnaso, el pulmón de la región.

La mitad de los medios europeos de combate contra los incendios debió concentrarse en el nordeste de Grecia para atacar el que fue calificado el mayor incendio de la historia de la Unión Europea. El gobierno, a su vez, movilizó todos sus recursos en la lucha. Un total de 475 bomberos, 100 vehículos, 6 aviones y 4 helicópteros intervinieron en la lucha contra las llamas.

Pero los problemas no acabaron con la extinción de los fuegos. Tras los incendios que quemaron aproximadamente 150 mil hectáreas, vinieron las lluvias en forma de diluvio que afectaron el centro del país con un ciudadano muerto. En solo una hora, llovió 516 milímetros en la región de Volos.

En este caso, no se trata de sobre llovido mojado, sino de sobre incendiado, deslizado. Es que la quema de las superficies boscosas torna aptos a los terrenos devastados para los deslizamientos de tierra. El gobierno tomó cartas en el asunto y se comprometió a reforestar a la brevedad.

A su vez, insiste en culpar al cambio climático. Y las temperaturas extremas registradas parecen darle la razón. La ola de calor fue tal que la colina de la Acrópolis, meca del turismo internacional, debió ser cerrada algunos días ante los peligros de insolación para visitantes y personal.

 “Indeseables”

Junto a la devastación de bosques y pastizales, los incendios expusieron además la intolerancia que las agrupaciones políticas de extrema derecha sienten y difunden contra los migrantes que intentan alcanzar la deseada Europa.

La vinculación migrantes-incendios no se hizo esperar. Es más, hubo acciones concretas como privación ilegal de libertad a migrantes por parte de militantes extremistas que difundían las correspondientes imágenes junto con un discurso del odio. La policía detuvo a los captores y también a los sirios y pakistaníes del grupo secuestrado por incendio no intencional.

En Alexandroupoli, ciudad muy próxima a la frontera con Turquía, grupos de ciudadanos se organizaron para patrullar calles y campos en la búsqueda de “clandestinos”, tal como son denominados los migrantes.

Detrás de escena, aparece la figura del diputado del Partido Solución Griega, heredero de Alba Dorada, Paraschou Papadakis, que clama por una “guerra” contra los migrantes. Los extremistas aparecen como los “únicos” que defienden el territorio griego y por extensión a Europa.

Del otro lado, las organizaciones de derechos humanos que proclaman a raja tabla los derechos de los recién llegados, sin aceptar las reglas de juego de un Estado democrático y su derecho a decidir quién entra y quién permanece en su territorio.

En el medio, la clase política que suele acercarse a las posiciones de la extrema derecha cuando los tiempos electorales se avecinan para diferenciarse después de los comicios.  Es cuanto hizo el primer ministro Mitsotakis. Buscó mostrar un perfil de dureza, precisamente, en la región del Evros, la frontera con Turquía.

Mitsotakis anunció la prolongación de 35 kilómetros del muro de acero de cinco metros de altura que separa a Grecia de Turquía y el incremento de 250 agentes suplementarios en la guarda de la frontera.

¿Es creíble Mitsotakis? Sí, lo es. Porque, con firmeza, enfrentó a su colega turco Recep Erdogan, cuando este último decidió, en febrero del 2020, permitir el paso de los migrantes –básicamente, asiáticos- que pretendían llegar a Europa. Como consecuencia, miles de migrantes se agolparon en el paso fronterizo y la violencia no tardó en aparecer.

Tiene razón Mitsotakis cuando habla de su triunfo sobre “los planes de aquellos que intentaron instrumentalizar el dolor de esas personas”. No lo dijo, pero se refiere a Erdogan, obviamente. Sus palabras y su actitud, al respecto, fueron claves para el triunfo electoral.

Actualmente, la región del Evros es una zona militarizada. Prácticamente nadie es autorizado a llegar hasta el río fronterizo. Además del muro y los alambres de púas anti “clandestinos”, los drones de vigilancia y las cámaras infrarrojas con censores térmicos revelan cualquier movimiento.

Y la inmigración que con Syriza en el poder -2015/2019- registró un millón de personas ingresadas al país, bajó en 2019 a 72 mil y no alcanza a los 8 mil ingresantes anuales en la actualidad.

Reactivación

Ocurrió el pasado 08 de agosto de 2003. Fue cuando la agencia de calificación financiera Scope Ratings informó sobre la “mejoría” de la nota de la deuda griega a BBB-. En lenguaje común, significa que las obligaciones que el gobierno emite para financiarse dejan de ser consideradas como meramente especulativas y pasan a ser de bajo riesgo.

Pasaron trece años desde que el país declaró la cesación de pagos en 2010 a la fecha. Trece años de ajuste, de recesión, de empobrecimiento. Grecia pagó un alto precio por la irresponsabilidad de sus gobiernos de gastar mucho más de lo que recaudaban, de aceptar y proteger una corrupción generalizada en el Estado, de mentir las estadísticas.

Durante largo tiempo, el país fue señalado como “el mal alumno de la zona euro”. Ahora, reingresa en la fila de la moderación, el saneamiento y la austeridad tras más de un decenio de esfuerzos y sacrificios.

Fueron necesarias reformas ambiciosas –como las privatizaciones-, el aumento de las inversiones y una cura de ajuste terrible para la población, para alcanzar la presente buena noticia.

Si bien aún restan las calificaciones de las tres grandes agencias –Fitch, Moody y Standard and Pool- es “vox populi” que, al menos, dos de ellas elevarán la nota griega. Según el Fondo Monetario Internacional, la deuda pública, que alcanzó en el pasado el 205 por ciento del Producto Bruto Interno, debería caer este año a 160.7 por ciento.

Otras razones para mejorar la notación fue la caída del desempleo del 28 por ciento en 2013 al actual 11 por ciento. También, tras caer un 30 por ciento en el citado año, el Producto Bruto experimentó un crecimiento de casi el 6 por ciento en 2022. Los bancos cuentan hoy con una sana cartera de préstamos. Y retornan e invierten las multinacionales como Pfizer o Microsoft.

Sin dudas, buena parte del mérito debe ser atribuido a la Unión Europea y a la Banca Central Europea –también al Fondo Monetario, aunque se mencione menos-, pero nada hubiese podido ser logrado sin la determinación de la ciudadanía y del gobierno.

La buena noticia esconde, en cierta medida, la faceta de dureza del cumplimiento de los deberes. Recortes de sueldos estatales, de jubilaciones, alza de impuestos, explosión de la precariedad son algunos de esos síntomas.

Pruebas al canto: el salario promedio es aún inferior en 20 por ciento al correspondiente al año 2007. En la pobreza, vive el 19 por ciento de la población. La desigualdad se amplía. Alrededor de un cuarto de los jóvenes –sin contar quienes emigraron- están sin empleo contra un 14 por ciento en la Unión Europea.

Por tanto, Grecia está lejos de alcanzar la solidez anhelada. De momento, la economía continúa marcada por la fragilidad. Los servicios públicos, como la salud y la justicia, funcionan en un estado deplorable. Los incendios y las inundaciones dejan en claro que el país no está bien preparado para afrontar el cambio climático.

No deja de ser un punto importante. La lucha contra el calentamiento global, más allá de cualquier consigna tremendista militante muchas veces interesada, pasa por inversiones que adapten la sociedad y la economía a la necesidad. El nivel de la deuda conspira contra dicho objetivo.

Semejante desafío será imposible de superar sin la ayuda y la participación de la Unión Europea. Una participación que fue solidaria –aún si impuso condiciones draconianas- con el problema financiero y que debería serlo con la cuestión del cambio climático.

Cierto, el organismo multinacional es esencial para rescatar a los malos alumnos. Rescate que siempre pagan aquellos que hacen todos los deberes. De allí que la cuestión solidaria deberá ser un tema de doble vía, si se pretende que el ejemplo británico –Brexit- no cunda.

INT/ag.luisdomenianni.vfn/rp.

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