sábado 27 abril 2024

Cuadernos de Viajes. El Sahara 9,2 millones de Km2 que conmueven el alma

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Parece un mar dorado de infinitas olas, dunas extensísimas que se replican hasta el horizonte, parecen serpientes arrastrándose pesadas pero en forma constante hacia el infinito. El color arena es interminable, no hay sombras, no se ve un solo espejo de agua.

Este océano seco que se pierde hasta la línea del horizonte, sofoca aun desde la altura, y aun así, no puedo dejar de mirarlo, hipnotiza y evoca mil historias y aventuras, esas que hemos leído desde siempre. Seguro tiene un encanto especial esa soledad dorada, su silencio sobrecogedor.

Admirarlo, me reconcilia con este tiempo muerto que es el viaje en avión. La cámara transforma esta inercia, entra en mí el paisaje, interactúo como si mirara por la ventanilla de un tren, me conmuevo.

Hasta ahora, estoy mirando lo más bello que he podido ver desde 12.000 pies de altura. Allí abajo algo que parece ser un pueblo, me entretiene el breve tiempo que tardamos en sobrevolarlo, parecen pocas casas, son bajas y de color arena. Me pregunto cómo será la vida allí abajo.

Sera tan diferente a nuestra batalla diaria por sobrevivir en el mundo donde vivimos con agua, con aire acondicionado en verano y calefacción en invierno. Que batallas libraran todos los días ?.

Otras claro, algo que para nosotros se resume en abrir un grifo, seguramente para ellos puede ser un día de camino, la diferencia entre la vida y la muerte.

Hacia el horizonte se ven otros asentamientos, tal vez ni tengan nombre en un mapa. No están lejos unos de otros, no se ven caminos, solo ondas infinitas serpenteando hacia algún lugar. Un tiempo largo y el Mediterráneo ya aparece en el horizonte.

Dejó atrás África y su Sahara, abajo ahora, el azul del Mediterráneo. Alguna vez sería bueno dormir bajo las estrellas, debe haber pocos cielos nocturnos como el del desierto y sus silencios. Si uno pudiera reconciliarse unos días con el calor, la arena ardiente, la multitud de nada.

Me pierdo en estos pensamientos y casi olvido conectar la cámara frontal, que me regalará el aterrizaje desde la misma perspectiva que visualizan los pilotos, estoy ahora concentrada en la pista que ya se divisa bien marcada e iluminada.
Sobrevuelo la costa de Estambul, aparecen sus maravillosos edificios, volamos tan bajo que hasta los puentes iluminados sobre el Estrecho del Bósforo están a la vista.
Aterrizo, pero algo se me perdió en medio de tanta arena, tal vez vuelva a buscarlo.
GACHI VILALTA

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