miércoles 24 abril 2024

Francia. El surfeo de Macron sobre la ola verde

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Desde la liberación del país en 1944, Francia vive del reconocimiento, propio y ajeno, de su rol de potencia en el contexto mundial, tal vez no de primer orden como otrora, pero al menos imprescindible para cualquier definición europea y de consulta en el continente africano.

Es que, vencedora en la contienda mundial de 1914-1918 fue humillada, no solo con la veloz derrota militar ante su adversario tradicional, Alemania, sino con la ocupación y la sumisión ante el nazismo, entre 1940 y 1944, que la relegaba, régimen de Vichy del mariscal Philippe Petain de por medio, a un rol de mero “partenaire” de un Europa unida bajo la férula de Adolf Hitler.

En 1940, el general Charles de Gaulle, fue uno de los muy pocos militares que se negó a aceptar la derrota. Huyó al Reino Unido y, desde allí, proclamó la resistencia hasta la liberación, cuando ocupó el cargo de presidente del Gobierno Provisional de la República de Francia.

Presidente del Consejo de Ministros en 1958 y presidente de la República durante 10 años, hasta 1969, fue el mismo general de Gaulle quién imprimió ese destino “inevitable” de grandeza, heredado, claro, de Luis XIV, del carácter universal de la Revolución Francesa de 1789, y de Napoleon Bonaparte.

Tres fueron las acciones que marcaron la salida de la humillación y la lucha por el retorno a la clasificación de potencia: la denodada tarea de sentar a Francia, en 1946, entre las potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial; la reconciliación con Alemania y la constitución de la, por entonces, Comunidad Económica Europea (CEE) en 1959; y el ingreso al club de los países dotados con el arma nuclear en 1960.

En las tres, claro, el papel principal fue desempeñado por “le Général” que logró para Francia, una zona de ocupación en Alemania y en Austria y un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas junto a Estados Unidos, la Unión Soviética, el Reino Unido y la República China, es decir, los vencedores de la Segunda Guerra.

La reconciliación con Alemania y la creación de la Comunidad Económica, también formaron parte de esa estrategia de grandeza. No solo por la proporción mayor en el comercio mundial, sino porque la asociación con Alemania en la CEE limitaba el peligro de una nueva guerra entre ambos, tras la que enfrentó a Napoleon III con el canciller Bismarck y las dos Mundiales.

Es que no conviene perder de vista, más allá de cualquier válido objetivo económico o social que la razón de ser de la CEE fue alejar, mediante la asociación, el fantasma de la guerra.

Por último, no se es potencia sin capacidad militar. El general presidente de Gaulle lo tuvo siempre en claro y dotó a su país del arma nuclear, tras Estados Unidos, la Unión Soviética y el Reino Unido. Desde 1960 hasta 1996, Francia llevó a cabo 210 ensayos nucleares, la gran mayoría en el Pacífico sur.

El presente
Se trata de antecedentes que condicionaron todas las presidencias francesas desde el General hasta la fecha. Incluido, al actual presidente Emmanuel Jean-Michel Frederic Macron.

Desde que asumió en 2017, el presidente Macron (42 años) reservó para sí, como lo marca la Constitución de la V República, hecha a la medida del general de Gaulle, la defensa y la política exterior. El resto de las cuestiones gubernamentales son responsabilidad de los ministros, dirigidos por el Primer Ministro, actualmente Edouard Philippe (49 años).

Precisamente, este año 2020, en febrero, el presidente Macron oficializó, en la Escuela de Guerra, su visión “europeísta” de la disuasión nuclear. Una visión que se posesiona sobre circunstancias de la coyuntura, más allá del objetivo estructural de quién la formula.

Es que si bien, como siempre, la Vieja Europa debíó debatirse, durante mucho tiempo, entre potencias extra continentales como Estados Unidos y la Unión Soviética, más asiática que europea por razones geográficas y políticas, la irrupción china y el aislacionismo norteamericano, la dejan expuesta frente a las ambiciones de la Rusia del presidente Vladimir Putin (67 años).

Claro que las veleidades del presidente Macron tienen un límite. Y ese límite es la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Resulta inimaginable una defensa europea al margen de la OTAN, basada solo en la “Force de Frappe”, la fuerza de disuasión nuclear francesa. Puede ser un sueño del presidente Macron, pero un sueño que no comparte ninguno de los 26 países restantes de la Unión Europea.

No, la defensa europea es la OTAN y la OTAN es Estados Unidos, aunque el presidente Donald Trump (74 años) pretenda que sus gastos se distribuyan de manera más equitativa. Aunque con el ocupante de la Casa Blanca en Washington… nunca se sabe.

Pero, algunas cosas cambian. Por ejemplo, el Brexit británico deja a Francia como la única potencia nuclear dentro de la UE. Y eso, para el presidente Macron vale mucho. Vale tanto como para invitar a sus socios de Europa a participar en el desarrollo nuclear francés, desde la inversión, la tecnología o el derecho. Vale tanto como para rediscutir sobre cuestiones estratégicas con el presidente Putin.

Coronavirus presidencial
Bajo cualquier otra circunstancia, la política sanitaria francesa siempre queda en manos del Primer Ministro. Al presidente se lo informa, se lo consulta, pero no mucho más.

En cualquier otra circunstancia, claro, pero no en el coronavirus. Al respecto, el presidente Macron decidió cumplir un rol de “jefe guerrero” en la lucha contra la pandemia. Fue él, quién asumió las decisiones sobre las restricciones sociales de los franceses, algo que, naturalmente dado el tradicional inconformismo galo, debía llevarlo a un balance negativo.

¿Y entonces? Entonces es que el coronavirus no quedaba limitado a las fronteras francesas. Se extendía por toda Europa. Era la oportunidad para poner de manifiesto el liderazgo francés en el Viejo Continente.

Solo era necesario convencer a la canciller alemana. Es que, guste o no, sin Alemania, a Francia no le alcanza. Y el presidente Macron convenció a la canciller Angela Merkel (65 años). La convenció de saltar la barrera de los austeros y pasar a la de los gastadores.

El bloque de los austeros, del que Alemania era líder, completaba con Austria, Dinamarca, Países Bajos y Suecia. En frente, los gastadores, España, Francia e Italia. En el medio, los ex gastadores, Grecia, Irlanda y Portugal. Espectadores: los países del Este, los retornados del comunismo.

Primer disputa, los coronabonos. Es decir, bonos que reflejan deuda que contraer cada país cuya garantía es la Unión Europea. O sea, cobran algunos, pagan todos. No pasó, aún con Alemania a favor, los Países Bajos tomaron el liderazgo austero y ganaron la batalla.

Nueva fórmula con la firma del presidente Macron y la canciller Merkel: una ayuda colosal solo reembolsable en un tercio, el resto subsidio de la UE a los países afectados. Está en negociación. Seguramente, triunfará pero con enormes condicionamientos acerca del uso de cada euro de subsidio y acerca del porcentaje final entre préstamo y subsidio.

En síntesis, un liderazgo para el presidente Macron que cuesta tanto como gana. Veredicto final: abril del 2022 con la elección presidencial.

De Francia para el África
Por supuesto que el presidente Macron, dentro del esquema Francia potencia, se reserva derechos más allá de Europa.

África en primer término. El Sahel, en particular. Esa región “del medio” entre el desértico Sahara y el tropical Golfo de Guinea.

Allí, Francia dispone de un contingente militar de 5.100 efectivos distribuidos, de manera irregular, entre los cinco países que componen la región: Mauritania, Malí, Burkina Faso, Níger y Chad. El grueso estacionado en Malí.

Es la fuerza Barkhane –del nombre de la operación militar-, fuerza de combate –no de paz- que lucha contra las extensiones de Al Qaeda y de Estado Islámico, en el territorio saheliano.

Francia no es el único contingente militar de Barkhane, pero es el principal. Su legitimidad fue reafirmada a principios de 2020 en Pau, en los Pirineos franceses, durante la reunión del presidente Macron con los cinco presidentes de los países del Sahel.

No obstante, no son pocos quienes, en Malí, fundamentalmente, exigen la retirada de las tropas francesas. Ven en la fuerza expedicionaria un escudo protector para un régimen político que, de a poco, fue tornándose impopular.

Por otra parte, varios analistas ven como imposible un triunfo puramente militar. Es que, más allá de las filiales terroristas, dedicadas al delito y al narcotráfico, abundan los conflictos reivindicativos como el de los Tuareg o intercomunitarios como los enfrentamientos entre ganaderos Dogon y agricultores Bambara.

Los problemas comunitarios conforman la herencia del colonialismo europeo en África que construyó estados multiétnicos, con elites gobernantes pertenecientes a una de esas etnias que acaparan poder y riquezas, las más de las veces, corrupción mediante, en detrimento del resto de las poblaciones.

Francia interviene en África como ex potencia colonial, pero la más de las veces se mete en un berenjenal del cual sale herida, como en el genocidio en Ruanda hace ya 16 años.

Es el precio a pagar por la vocación de potencia, que ahora se apresta a sufrir una nueva prueba con la intervención, de momento, diplomática en Libia, ante la presencia de tropas turcas a favor de una de las facciones en pugna.

Francia reclama, como lo marca la legalidad internacional, la no injerencia de terceros en Libia, aunque es acusada de auspiciar el gobierno del auto proclamado mariscal Jalifa Haftar que combate contra el gobierno reconocido por Naciones Unidas. Es decir, el gobierno legal.

Contradicciones propias de potencia. No existen los amigos, ni la legalidad, solo los intereses. Y Libia, además de mediterránea, es… petrolera.

De Francia para el mundo…
Pero, una potencia que se precie de tal no se limita a su zona de influencia. Se dispersa por el mundo.

El presidente Macron recibe notas de escasa simpatía desde Washington. El maniqueísmo trumpiniano hace que “o sos amigo o no lo sos para nada”. Y el gobierno francés avanza de lleno hacia la segunda categoría con eso de no encajar en la bipolaridad y pretender un rol autónomo o, lo que es peor, un rol europeo.

Obvio que si las puertas se cierran de un lado, bien pueden abrirse del otro. Solo que del otro lado está China. Pero China no es recomendable, salvo para el comercio. Es dictatorial, no respeta los derechos humanos, avasalla a las minorías, roba y copia patentes, hace ciber espionaje, usa el dumping, viola tratados internacionales, como la autonomía de Hongkong. Demasiado para el país de la Revolución Francesa, de la Mariannne de la libertad.

Entonces queda Rusia y allá vamos. Solo que el balance del régimen putinesco no es mucho mejor. No importa. Es el tercero en discordia. Es cuanto hay.

Capítulo aparte, Irán, la teocracia que aspira a dominar la tecnología nuclear para empleo militar, algo que Francia no ve con buenos ojos por muchas razones. Porque nunca es bueno un nuevo socio en el club nuclear militar. Porque representa una amenaza para el flanco sureste de la propia Europa. Y porque es un país gobernado por fanáticos cuya imprevisibilidad los lleva a extremos como el derribo de un avión comercial de pasajeros ucraniano, en enero del 2020.

Además Irán pelea en Yemen contra la coalición que lidera Arabia Saudita, amiga de Francia; y en Siria, al lado de las tropas del dictador Bashar al-Assad, muy mal mirado por el gobierno francés. E Irán es amigo de Rusia que pelea junto al ejército sirio y junto al mariscal Haftar en Libia, este último amigo de Francia. ¿Qué hace el presidente Macron en semejante aqularre? Juega a la potencia.
… y el mundo francés

Si en la metrópoli, la pandemia aparece como bajo control, no ocurre lo mismo en los departamentos y territorio de ultramar, tales como en la Guayana en Sudamérica o en Mayotte en el Índico.

En Guayana, donde el crecimiento del número de casos es alarmante, fue dispuesto el cierre de la frontera con Brasil (un río, el Oiapoque, difícil de controlar, por donde cruzan los buscadores de oro brasileños) y se apresta a hacer lo mismo con el otro vecino, Surinam.

En Martinica, una de las Antillas francesas, recibieron un equipo de médicos cubanos para paliar la escasez de profesionales en la lucha contra el coronavirus. No es mejor la situación en la antillana Guadalupe o en la índica Reunión.

Sí, en cambio, el coronavirus quedó limitado en Nueva Caledonia, isla del Pacífico Sur, que el próximo 04 de octubre decidirá, en referéndum, si accede o no a la independencia.

Se trata del segundo referéndum tras el de noviembre del 2018 que rechazó la independencia por 56 % contra 44%. La legislación vigente autoriza hasta un tercero en 2022, si la independencia no resulta vencedora en el actual.

Como siempre en estos casos, el problema radica en quienes están en condición de votar y quienes, no. Para el Frente de Liberación Kanak –los independentistas- deben incluirse aquellas personas no inscriptas pero regidas por el derecho de la costumbre, los originarios. Para los “leales” –a Francia, claro- deben hacerlo también las personas regidas por la legislación general si nacieron en el territorio y llevan tres años de habitación ininterrumpida en el mismo, los descendientes y familiares de los colonos.

Una controversia, de cuya resolución, depende en gran medida el resultado final, favorable a primera vista para los Kanaks –los habitantes originarios- pero insuficiente si se agregan los leales no inscriptos. Al menos, así aparece en la previa.

¿Y la metrópoli?
Así como suele ser exhibida como ejemplo de libertad, Francia es también un ejemplo de inconformidad que trasciende los marcos del debate académico o político para ganar, siempre o casi siempre, la calle.

Fue la Revolución Francesa y fue Mayo del 68. Fue la Comuna de Paris de 1871 y la revolución de 1848 que instauró la Segunda República. Fueron los gilets-jaunes (chalecos amarillos) del 2018 y 2019 que comenzó como una protesta contra el alza de los combustibles y terminó en otra tan general que el movimiento perdió amplitud y difícilmente resurja.

Fue el turno luego, de las movilizaciones contra la modificación del régimen previsional, algo que ya es un clásico en el mundo. No, el clásico no son las protestas, el clásico son los sistemas previsionales de reparto deficitarios que deben endurecer las condiciones de retiro si pretenden no depender de aportes extra previsionales.

Pero en Francia, y no solo en Francia, la lucha se da en las movilizaciones que duran un tiempo para después perder fuerza. Es que, tras meses de debates –y movilizaciones- el gobierno cortó por lo sano e impuso una reforma mediante un subterfugio legal a la hora de la votación legislativa.

Y, coronavirus mediante, no pasó nada.
De lo previsional pasamos a la “lucha contra el racismo” y a la “lucha contra la violencia policial”. A movilizarse, pues. Con grandes resultados como la “espontánea” inacción policial o el “justiciero” desatornillado de estatuas.

Un ejemplo resume la cuestión: el vandalismo –pintura- sobre la estatua de Colbert, el súper ministro de Luis XIV, un antecedente de John Maynard Keynes, acusado -335 años después- por redactar el Código esclavista. Estatua ubicada frente a la Asamblea Nacional por donde nunca está ausente el personal policial. Sí, el vándalo fue detenido… bastante después de su vandalismo.

Independientemente de la subjetiva validez de la causa, como siempre, los excesos alejan más que reúnen. Salvo, claro, cuando son policiales. Por tanto, habrá que buscar una nueva causa.

Tal vez, el medio ambiente.
Ocurre que el presidente Macron lanzó una iniciativa que culminó en una Convención Ciudadana para hacer propuestas sobre el tema. Formaron parte 150 ciudadanos elegidos por sorteo, y asistidos por especialistas, que sesionaron durante unos meses y que concluyeron en 149 propuestas votadas a favor y una rechazada.

El trabajo es objeto de alabanzas y de críticas, estas últimas centradas en el olvido de lo nuclear y del agua. Pero abarca muchas materias, algunas de las cuales no muestran demasiada conexión con el medio ambiente, como la reducción de la jornada de trabajo a 28 horas semanales, finalmente rechazada por la propia Convención.

Sin dudas, los ciudadanos trabajaron bien y a conciencia, pero…

Siempre hay un pero y, en este caso, el pero es político. Difícilmente el presidente Macron hubiese llamado a la Convención si el Partido Verde no amenazara su predominio a través de su crecimiento en el electorado.

Pruebas al canto: el fuerte avance de los Verdes en las elecciones municipales del 28 de junio donde logran el control de algunas grandes ciudades como Lyon, Marsella, Estrasburgo y Bordeaux y el retroceso del oficialismo “macronista” que no gana en ninguna de las diez ciudades más importantes, cambia por completo el escenario con miras a las próximas presidenciales del 2022.

Cierto es que las municipales revisten características locales no trasladables de manera automática a lo nacional. Cierto es también que la participación –voto no obligatorio- fue bajísima con apenas el 41,6 por ciento. Pero… la ola verde existió

¿Y ahora? Y ahora es el momento de mutar de “jefe de guerra” contra la pandemia o “abanderado del cambio verde”. Previsor, sin dudas, la Convención Ciudadana por él convocada, le permite a Macron, al menos, “surfear” sobre la ola ecológica

Bien puede el gobierno decir que los resultados de la Convención serán tenidos muy en cuenta, como ya dijo. En rigor, no son vinculantes. Como no podían serlo por cuanto no surgen de un cuerpo colegiado representativo regido por la Constitución, sino por una designación a dedo… aunque, en este caso, por sorteo.

El próximo paso será, seguramente, organizar un referéndum para votar, no las propuestas, sino una futura modificación de la Constitución que introduzca el concepto medio ambiental en el texto legal supremo.

Entonces, como siempre, los franceses se movilizarán a favor y en contra, por exceso o por defecto. Sobre todo aquellos que no deben ir todos los días a trabajar para ganar el sustento.

¿El gobierno? Bien, ganando tiempo que también forma parte del arte de la política.

En ese espacio, debe ser inscripta, en principio, la renuncia del primer ministro Edouard Philippe, recién electo alcalde de la ciudad y puerto de Le Havre, Normandía. Dicho sea de paso uno de los muy pocos “macronistas” que ganaron una municipalidad.

El mal resultado de las municipales y el avance verde, obligan a un cambio por parte del presidente, pero también una salida política para el ex primer ministro para quién la conjunción de la insatisfactoria elección general y su imponente triunfo en Le Havre -58,8 por ciento de los votos- imponen una preservación con vistas al futuro.

El nuevo primer ministro es Jean Castex (55 años), alguien que nunca fue ministro aunque sí secretario general adjunto en el gobierno del ex presidente Nicolas Sarkozy. Como tal, no es hombre de La Republique en Marche (LRM), el partido fundado por el presidente Macron, sino de Les Repúblicains (LR) la centro derecha tradicional heredera del gaullismo.

Actualmente, es alcalde de Prades, un pequeño municipio de los Pireneos Orientales, en el Rosellón francés, parte integrante de la histórica Cataluña. Castex conserva al hablar francés su acento catalán. Allí, en Prades, entre otros republicanos exiliados en 1939, vivió el gran violoncelista portoriqueño Pablo Casals.

Si algo acredita el flamante primer ministro entre sus colegas políticos es respeto. Un hombre que escucha, que busca consenso, que es eficiente y que, además, derrocha simpatía. Pero, también un hombre con ambiciones políticas.

Nota Francia:
Territorio: 675.417 km2, puesto 43 sobre 247 países y territorios dependientes.
Población: 64.962.000 habitantes, puesto 22.
Densidad: 119 habitantes por km2, puesto 96.
Producto Bruto Interno: 3 billones 54.599 millones de dólares, puesto 10 (a paridad de poder adquisitivo, PPA). Fuente Fondo Monetario Internacional.
Producto Bruto Interno per cápita (PPA): 45.473 dólares anuales, puesto 25.
Índice de Desarrollo Humano: 0.891, puesto 26. Fuente Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.

Luis Domenianni
IN/BN/rp.



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