jueves 28 marzo 2024

Cuaderno de opiniones: Covid-19 «La Corona y el virus»

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“En un mundo de fugitivos, quien toma la dirección contraria pareciera ser el que huye” (1)

Al día de hoy, 45.374.503 argentinos viven sus vidas cotidianas buscando, unos crecer, otros amar, muchos aprender o progresar, trabajar, sobrevivir o disfrutar.

Es imposible capturar la realidad diversa de una sociedad tan desigual en una sola frase. Sin embargo, los medios de comunicación estandarizaron el mensaje, achatando las diferencias: hablan de contagios y muertes. La COVID 19 domina la agenda.

En el mundo hay otros 7.499 millones de seres humanos… Más pobres, más olvidados, más desiguales, pero vivos. Y cada minuto hay 200 más y cada día 222.000 más.

Vi este video cuando en Italia arreciaba la pandemia. https://www.youtube.com/watch?v=sqSVZyZDdhE
En las desoladas calles de Nápoles, la queja de un anciano encierra en 60 segundos todas las preguntas y la única respuesta posible:
«La Libertad!… Vale más que la muerte, la Libertad…»
«Cuánta gente ha muerto por nosotros contra los alemanes?»
«Cuánta gente ha muerto por nosotros contra los alemanes?»
«Gennarino Capuozzo, medalla de oro (al valor militar) a sus doce años…!»
¿Qué hacen dentro de casa? ¡¿Qué están haciendo?!»
«LA LIBERTAD NO TIENE PRECIO! …»
«Mejor un día como león, que cien como oveja…»
«Lo ves? Ahí está el negocio…la farmacia…»
«Quién ha creado toda esta situación? ¡¡¿QUIÉN LA HA CREADO?!!»…
«Quién ha creado esta situación? Vámonos al monte! …..»
«Quién ha creado toda esta situación? ¿Los chinos? ¿Los franceses? ¿Los alemanes? …»

Estremece una y otra vez este video, un hombre simple, sabio y sólo.

El cuento del danés Hans Christian Andersen, «El Rey está desnudo», ilustra magníficamente acerca de las creencias colectivas que, basadas en la ignorancia o el interés, se transforman en verdades irrefutables, hasta que una mirada inocente las destruye.

Habla de cómo dos embusteros, los hermanos Farabutto, engañan a un rey con la promesa de confeccionar la tela más fina del mundo para su traje, que de tan delicada parecía no existir y tenía la propiedad de ser invisible para cualquier estúpido o incapaz. Obviamente, ningún cortesano osó mencionar que no la veía por temor a ser despedido y lo mismo ocurrió en la ciudad, ya que todos temían ser acusados por sus vecinos, deshaciéndose en elogios a la inexistente prenda. Hasta que un niño, con la libertad de su inocencia, señaló la verdad: «el Rey está desnudo!»

Tal vez el anciano de Nápoles sea el otrora niño de Christiansen.
Los niños y los viejos comparten el desprecio por la corrección.
Dinamarca es uno de los países con mejor nivel de vida de Europa, si combinamos nivel de ingreso y equidad. Una alta carga de impuestos, muy superior a la nuestra, recaudados entre los niveles de ingreso y riqueza más altos, sostiene un Estado de Bienestar con fuerte presencia pública en los servicios esenciales.

Nápoles, en cambio, es una de las ciudades más desordenadas y desiguales del sur de Italia, que combina la típica pujanza latina con bolsones de desigualdad, pobreza y un nivel de ingreso apenas mayor que un tercio del danés.
La Vía Santa Teresa Degli Scalzi cruza Nápoles desde el Castillo Capodimonte hasta el Museo Arqueológico Nacional. Allí, en esa esquina, el 29 de septiembre de 1943, se armó una de las barricadas populares contra el ejército de ocupación nazi, en la que muchos civiles dieron su vida por la libertad.

Gennarino Capuozzo, con sus 11 indudables años, arrojaba granadas desde una terraza hasta que fue muerto por los alemanes.
A él se refiere el anciano, interpelando a toda una cultura: «¡La Libertad, vale más que la muerte!… ¿Cuánta gente murió luchando por nosotros contra los alemanes?» recordando a Gennarino y su medalla al héroe de la libertad. La verdad suele estremecer, más todavía cuando alguien la levanta en soledad.

Titulares, noticieros, el “prime time”, corresponsales, infectólogos, políticos, gente común, todos hablan de casos y de muertes. A sabiendas o no, generan terror.
Cada vida perdida es una ausencia irreparable, una historia truncada, unos sueños no soñados, una caricia que no será…

Pero pongamos en contexto en primer lugar, la magnitud, y en segundo, el análisis de la estadística.
Todo el día hablando del Coronavirus, nos hace olvidar otras muertes.
Murieron 650 mil personas por COVID desde el inicio de la pandemia, concentrando febrilmente la atención del planeta.
Pero otros 29 millones han muerto por otras causas, casi en silencio, sin ser noticia…
Todos los años mueren en el mundo 60 millones de personas según la OMS.
No se trata de muertes inevitables o de inexorables finales de almanaques.
Desde el 1ro de enero de este año hay, por ejemplo, 750.000 muertes acumulados por tuberculosis (10% de ellas son niños) y 500.000 por VIH / SIDA.
¿Eran inevitables? Por supuesto que no! Tienen prevención y cura, bastante baratas por cierto.
El tratamiento de TBC cuesta u$d 6500 por año y el de SIDA unos u$d 7500.
Según el FMI, el PBI mundial, de unos 85 trillones de dólares, este año caerá 5%.
Con una inversión de tan sólo el “0,5% de lo perdido por la cuarentena” alcanzaría para el tratamiento, la nutrición, el abrigo y la alimentación necesarias para salvarlos.

La diferencia es que «sabemos» que eso no nos pasará a «nosotros» y por eso no serán noticia.
En segundo lugar, hay que salir del “rebaño estadístico” de cuarentenistas para poder delinear otros caminos.
Según la tormenta mediática, Estados Unidos, Brasil, India y Rusia son los peores del mundo con millones de casos cada uno. Pero esa no es la manera de mirar las estadísticas.
No tiene valor hablar de casos, porque dependen de los testeos. A mayor cantidad de testeos, mayor cantidad de casos detectados. Y ha sido muy variable la proporción de testeos en diferentes países.

De igual modo, contar las muertes sin vincularlas a la población total de los países es un disparate, movido por ignorancia o por el mandato de un rating morboso.

La cantidad de muertes por millón de habitantes es el indicador más confiable, ya que las muertes (hasta cierto punto) son menos volátiles y la demografía es conocida. Entonces, de golpe, vemos que Bélgica está peor, con 860 casos por millón, seguida de Inglaterra con 685/M, España con 613/M e Italia 580/M. Sigue Suecia y Perú con cerca de 550, Chile y Francia con alrededor de 460/M.

O sea: hablamos de 0,5 muertes por cada 1.000 habitantes. Una pérdida enorme, que de todos modos recién ahora ha igualado a la gripe estacional, causa de 650.000 muertes cada año.

Argentina, con un buen indicador de 61 casos letales por millón y la cuarentena más larga del mundo, supera sin embargo, entre 6 y 7 veces, a Uruguay y Japón, que no hicieron cuarentena.
Más abajo está China, al que ponen como ejemplo de cuarentena exitosa, con 3,3 casos por millón y una opacidad informativa que la hace poco creíble. Pero si insisten en regocijarse con la cuarentena de Wuhan, deben entonces aceptar que mucho más abajo aún está Venezuela, sin cuarentena y con 0,33 casos por millón.

Cuando con la misma intervención los resultados son diferentes y en ausencia de esa intervención también lo son, la conclusión es que no es la intervención la que modifica el curso
¿Cuál es entonces la tela del traje de cuarentena del Rey?
¿Nos estarán engañando los Farabutte?
En sus poltronas mediáticas, descalifican a quienes se atrevan a pensar diferente.

John Ioannidis, de la Universidad Stanford, multipremiado epidemiólogo y referente mundial, dijo que calcula en 300 millones los infectados en el mundo (lo que baja la tasa de letalidad a 0,2%) y que “la cuarentena está poniendo en riesgo millones de vidas por hambre y pobreza”.
El “cierre de escuelas puede reducir las tasas de transmisión pero también disminuir las posibilidades de desarrollar inmunidad colectiva”, sumado a la disminución de los programas de vacunación.

Michael Levitt, Premio Nobel de Química 2013, afirmó que “las cuarentenas no salvaron ninguna vida y en cambio pueden haber costado vidas por daño social y enfermedades no tratadas”.
Cada vez más enterrada en el barro, la infectocracia se empecina en acelerar…

Atribuyo más a la cobardía que a la ignorancia esquivar la pregunta elemental: ¿hasta cuándo? Acaso creen que el virus desaparecerá si toda la sociedad se queda en casa?
Un virus condenado al ostracismo estadístico, con una letalidad muy inferior a 1 de cada 1.000 habitantes, los hizo entrar en pánico. No se entiende.

El miedo es la sensación más humana y esperable, pero tomar las decisiones basados en él, no es digno del liderazgo.
El mundo entero sucumbió a la ausencia de estadistas.
Millones de enfermos a causa de la pobreza y el hambre tal vez ni alcancen los diarios ni paralicen la economía del planeta, pero serán producto de las decisiones mediocres.

También un 29 de septiembre, pero de 1938, cinco años antes que Gennarino muriera defendiendo la libertad en las barricadas de Nápoles, un Chamberlain asustado había aceptado en el Tratado de Munich entregar parte de Checoslovaquia a Hitler.
Winston Churchill mostró en el Parlamento su estirpe de líder y le gritó: «Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra… elegisteis el deshonor… y ahora tendréis también la guerra».

Del miedo se alimentan los autócratas ya que obnubila, impide pensar.
El Rey está desnudo, pero esta vez, en vez de Christiansen nos lo cuenta un viejo en Nápoles.

(1)La frase, de una intensa contundencia poética y descriptiva, es atribuída a Thomas Elliott o a John Milton, y me fue acercada por un psiquiatra marplatense, Humberto Tittarelli
Dr. Gabriel Montero
Médico Pediatra
Especialista en Salud Pública (UBA)
Docente en el Departamento de Salud Pública
IF/BN/CC/rp.

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