sábado 20 abril 2024

El arte de Tana Pujals. Como perro y gato: Scooby y Merlot

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«Los perros nos ven como dioses, los caballos como a sus iguales pero los gatos nos miran como si fuéramos sus súbditos». Winston Churchill

Mi hija se iba por 15 días de vacaciones y tenía un gran problema frente a ella: ¿quién cuidaría de Merlot, su gato russian blue?

Como amante de los animales me partía el alma que quedara solo en un pequeño departamento con visitas esporádicas de mi parte para alimentarlo y limpiar su «baño». Por otro lado, en casa tengo un beagle, Scooby, además de un marido alérgico a la saliva del gato. Todo parecía complicado y difícil, pero no imposible. Ganó el gato: por dos semanas Merlot se instalaría en casa en calidad de huésped.

Una vez que tomamos la decisión tuve que aceptar cumplir una lista de reglas impuestas por mi marido. Eso sí: ¡nadie le había preguntado a Scooby qué pensaba sobre la visita ni si tenía alguna regla que agregar!

Antes de la llegada de Merlot, the cat, busqué material de lectura sobre cómo presentar un perro a un gato. Todos conocemos la frase «se llevan como perro y gato» y yo no quería una batalla campal en mi casa.

Sabemos que, por naturaleza, los gatos y los perros no son los mejores amigos. Los felinos son más reticentes que los perros a entablar esa «amistad». En general son ellos los que «imponen las condiciones». Aun así, si se sienten cómodos es más probable que se establezca una buena relación.

Según los expertos hay varias razones evolutivas. La primera es que la domesticación del perro habría comenzado hace unos 33.000 años, mientras que la de los gatos lleva apenas 5000. Otra diferencia es que los gatos en la naturaleza son cazadores solitarios, lo que provoca que sean muy autosuficientes. Ellos son felices aislados de los demás, solos dentro de su propio entorno. Los perros, en cambio, son animales de manada y esa mentalidad hace que anhelen la atención del líder alfa.

Konrad Lorenz escribió: «No existe un animal doméstico que haya cambiado tan radicalmente su modo de vida y su campo de acción, es decir, que sea tan doméstico como el perro, mientras que no hay ninguno que haya cambiado tan poco como el gato».

Finalmente llegó el día y aparecieron Merlot y su equipaje: jaula, platos, fuente bebedero, alimento, pala sanitaria, bandeja con las piedras sanitarias, cepillo, juguetes y rascador para sus uñas. Scooby, desde la puerta de la cocina, miraba azorado esta mudanza y percibía ese olor totalmente desconocido para él.

Abrimos la jaula y Merlot asomó la cabeza y miró alrededor, desconfiado pero sin miedo. Salió sigilosa y elegantemente, como todo felino, con su cola bien alta y lanzando unos cortos maullidos. Scooby dio el primer paso y se acercó a olerlo. Ninguna agresión en el aire: respiramos aliviados y nos quedamos observando.

Para Merlot, el hotel que le habían reservado para sus vacaciones era un palacio: pasar de 80 a 240m2 es una gran diferencia. Nada de balcón pero muchas ventanas, mesas, muebles y otros objetos para ejercitar sus músculos y su curiosidad. Comenzó a recorrer las instalaciones y al cabo de un rato adonde iba Merlot iba Scooby y viceversa.

Instalamos su baño y su bebedero en el toilette, ¡pero el gran plato de Scooby, redondo, azul Francia y lleno de agua, le resultaba mucho más atractivo! En ése no solamente podía tomar agua sino que también podía mojarse las patas.
Dormir de día ¡ni soñar! Esta casa le ofrecía movimiento de personas, ruidos desconocidos de la calle, nuevos rincones para descubrir y otro animal con quien interactuar. Eso sí: a las 9 de la noche se instalaba en uno de los sillones del living y caía en un sueño profundo hasta la mañana siguiente.

Scooby miraba todo esto con cierta turbación. ¿Cómo hacía ese individuo de 4 patas para saltar sobre las mesadas de la cocina, los armarios y las mesas sin romper nada mientras que él, con un solo movimiento de la cola, había volcado y roto más de un vaso?

Me encantaba ver cómo Merlot, apenas Scooby llegaba de la calle, corría a la puerta a frotarse contra su cuerpo emitiendo un sutil ronroneo. Pero así como era cariñoso también podía, de la nada, mandarle un zarpazo para mantener los límites: «Yo puedo pero tú no».

Pasaron los 14 días en este juego sin que jamás llegaran a ser amigos, pero tampoco se convirtieron en enemigos. Cuando yo me sentaba en la cama para mirar alguna película tenía a los dos pegados a mí. ¡De esa manera me hacían sentir que la jefa de manada seguía siendo yo!
Me viene entonces a la mente una frase que alguna vez leí en un libro sobre comportamiento animal, cuyo autor no recuerdo: «Para mantener una verdadera perspectiva de lo que valemos, todos deberíamos tener un perro que nos adore y un gato que nos ignore».
Tana Pujals.
Artista con pasión por retratar animales.
CC/BN/CC/rp.

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