Por Agustina Pereira
Me pongo los anteojos. Leo ASPO. No entiendo la sigla. Escucho, me meto en la reunión virtual, presto atención, tomo nota, googleo. Miro la computadora y me veo, me desconozco. Material de cuidado de personal médico, UTI, reactivos. Un momento después me doy cuenta. La cuarentena en lenguaje técnico. Respiro.
Primer día trabajo on line desde casa. En ojotas y sin peinarme. Probé con distintos apoyos, mesa, sillón, escritorio. La señal, la luz, el fondo, que no pasen los chicos, que parezca normal. Me quedé en el rincón amarillo, escritorio y sillón reciclados de mi niñez. En la tabla del secreter, a pesar del color nuevo, se notan hundidos unos tableros de tatetí, mi nombre y unos corazones. Seguramente tallados a compás o puntero. Por supuesto con los anteojos puestos, ahora trabajo y leo bien. Mientras tanto el lavarropas, alcohol en gel, juegos de mesa y unas galletas de avena y naranja.
Vuelvo. Informes, estadísticas, estudios preliminares, recomendaciones globales. También un poco de música, un transporte inmediato para alivianar el cuerpo y ASPO.
Pelusa espesa en la alzada del escritorio. Contrasta con el amarillo. Miro el gran ventanal, la arboleda tornasolada, con los lentes puestos; por la suciedad del vidrio, sin los lentes, un ventanal romántico.
Un ratito voy al patio, mi refugio, el recreo. Me saco los anteojos. Me miro, cierro los ojos y me observo, entro en una especie de meditación, casi en una siesta imprevista. Siento otoño con sol, un vértigo pausado, un abismo que no me asusta, me envuelve.
Se caen las hojas afuera, en mi patio no, no caen, se acomodan para que yo las vuelva a acomodar. Son partes de mi rompecabezas, piezas que van tomando forma y van encajando, con paciencia, espera, encontrando lugar. Las piezas no tienen forma definida pero tengo la convicción de que son esas las piezas y no otras. Son perennes, se balancean un poco hasta que encuentran su posición. Pensarme. Sin lentes.
Otra manera de organizar mi rompecabezas es retomar el diario íntimo, escribir lo que nos agobia, lo que nos compete, los deseos y los pendientes que nos envuelven. Busco entre mis cosas de la biblioteca, apilado, todavía con el papel de regalo, un cuaderno rosa y dorado, con hojas lisas. Lo abrazo, lo pienso. Le pongo título: ASPO. Me propongo registrar la semana, es como hacer un inventario de lo cotidiano, como la lista del supermercado, las cosas que voy a hacer cuando se termine la cuarentena, la lista de ejercicios que pasó la profe de gym, la receta del pan de madre. Lo acomodo en el mueble amarillo.
Busco el reloj de arena de un juego de mesa. Y ahora con el reloj de arena, miro fijo el diario. La primera sensación es que el tiempo del reloj de arena transcurre más lento que el del celular, y a la par de tener otro ritmo, cae armando otra montaña, sigue construyendo algo, al pasado lo veo, lo experimento; en el reloj del celular desaparece el tiempo pasado. El de arena acumula, el digital desaparece. Cómo quiero mi diario, como quiero el rompecabezas. Pienso en cuánto tiempo le voy a dedicar al diario, a la cuarentena, al ASPO, y si lo contemplo con arena o lo escaneo a digital.
Respiro profundo, llena de energía y fuerza como si hubiese estado en la playa. O se terminó el recreo? Sonó el timbre? O un nuevo zoom? -Mate y truco?- Mientras mezclan las cartas, me invitan mis hijos. Firmes, serenos en su lugar. Abarcan mi otoño sin quitarle lugar a ninguna pieza del rompecabezas. ASPO. Cuando pase, sé que voy a sentir nostalgia. Medida en la arena digital.
Agustina Pereira
Politóloga, experta en formulación y gestión de proyectos con organismos internacionales
IG/BN/CC/rp.