viernes 29 marzo 2024

Reino Unido: con nuevo rey y nuevo gobierno, posible nuevo rol en el mundo

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Por  Luis Domenianni

La solemnidad, la pompa y el ritual de los funerales de la reina Elizabeth II con toda su magnificencia no desactivan los interrogantes que las sociedades británica y norirlandesa sobrellevan acerca de su futuro. La muerte de una soberana con 70 años de reinado agrega una incertidumbre más sobre el devenir inmediato.

Si el rol de las monarquías parlamentarias modernas es personificar la unidad entre los súbditos, en particular cuando son varias las naciones que aceptan la unificación en la corona, la situación del Reino Unido, tras el fallecimiento de la reina longeva, coloca aún más en tela de juicio la convivencia dentro de un mismo estado.

Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte aceptaban, en algún caso con resignación, la preminencia real personificada en Elizabeth II. ¿Ocurrirá de igual manera con el novel reinado de Charles III?

El caso de Escocia es, sin dudas, el más avanzado. No es aventurado imaginar un cambio profundo por ocurrir de manera bastante inmediata. Un cambio que hasta se lo puede catalogar -eufemismo mediante- de trueque. Es decir, cambiar la unión británica por la Unión Europea.

Más tarde o más temprano, el momento del “Scotexit” llegará. En buena medida, si no llegó aún, se debe a la reina fallecida. A tal punto que no eran pocos los independentistas que aceptaban la idea de una Escocia soberana bajo forma monárquica con Elizabeth II como jefa de Estado.

Para Irlanda del Norte, el futuro también es europeo. Pero, en este caso, no pasa por la independencia sino por la unidad -al menos el acercamiento- con la vecina República de Irlanda. La actual excepción que rige su comercio exterior con los miembros de la Unión Europea tras el Brexit es solo un anticipo de cuanto vendrá.

Cierto es que la existencia, en Irlanda del Norte, de una comunidad de confesión anglicana conformada por los descendientes de los colonos ingleses instalados en el siglo XVII rechaza la unidad de la isla. No menos cierto es que ese rechazo es cada vez menos intransigente. Dato no menor: el censo del 2021 revela, por primera vez, más católicos que protestantes.

En Gales, la situación es distinta. Las reivindicaciones, al menos en la actualidad, no pasan por un cambio de estatus constitucional. Cierto es que la lucha por la vigencia del idioma galés -el Cymraeg- avanza a paso firme y que esa lucha es el embrión para reverdecer la nacionalidad galesa. Pero de independencia, ni hablar.

Con todo, Charles III, como monarca, deberá hacer frente a los problemas de desunión que, casi con certeza, la desaparición de su madre, activarán. ¿Podrá lidiar con ellos?

El Commonwealth

Otra cuestión de índole constitucional, aunque supranacional, es la vigencia de la Mancomunidad de Naciones. Se trata de una organización integrada por un total de 54 países independientes y semiindependientes que comparten algún tipo de lazos históricos con el Reino Unido, con excepción de dos de ellos, Mozambique y Ruanda.

Su origen fue la Declaración Balfour de 1926 -por Lord Balfour, presidente del Consejo británico- que no debe confundirse con la de igual nombre, pero de 1917, de apoyo a la conformación de un “hogar nacional” para el pueblo judío en Palestina.

La de 1926 fue el resultado de una Conferencia Imperial. Allí quedó establecido que el Reino Unido y los dominios -Australia, Canadá, Nueva Zelandia y Sudáfrica- son unidades iguales en estatus, no subordinadas unas a otras, con lealtad común solo a la Corona y asociadas como miembros de la Comunidad Británica de Naciones.

La Declaración Balfour fue la base que dio origen a la redacción constitucional del Estatuto de Westminster en 1931, el instrumento creador de la British Commonwealth of Nationes, la Mancomunidad Británica de Naciones.

Dieciocho años después, en 1949, la Mancomunidad abandonó el apelativo “británico” para reflejar una mayor igualdad entre sus componentes. No obstante, el monarca -por aquel entonces el padre de Elisabeth II, George IV-, continuó al frente de la asociación. En 1952 su hija y en 2022 su nieto, heredaron la responsabilidad.

Pero la continuidad de la Commonwealth está en duda. No son pocos los estados independientes que la integran que ambicionan abandonarla.

Del otrora inmenso Imperio Británico solo dos excolonias independizadas se negaron a integrar la Mancomunidad. Fueron Birmania en 1948 y Aden -luego Yemen del Sur, integrante del actual Yemen- en 1967.

Se sumaron a los antiguos protectorados y mandatos que no accedieron a integrarla: Egipto independiente desde 1922; Irak independiente desde 1932; Transjordania desde 1946; Palestina desde 1948; Sudán desde 1956; Somalilandia desde 1960; Kuwait desde 1961; y Bareín, Omán, Qatar y los Emiratos Árabes Unidos que se independizaron en 1971.

Dos fueron, hasta ahora, los estados que abandonaron el Commonwealth: la República de Irlanda que lo hizo en 1949 y Zimbabue que hizo lo propio en 2003. En contrapartida, cuatro fueron los países que se incorporaron a la asociación: Namibia en 1990; Camerún y Mozambique en 1995 y Ruanda en 2009.

El fallecimiento de la reina puede iniciar un proceso de aceleración de la disgregación de la Mancomunidad. Para el director del Institute of Commonwealth Studies Philip Murphy, considerado el mayor experto en la materia, es posible una “estampida” hacia la puerta de salida de la institución.

 Pruebas al canto, apenas retornado a su país, el primer ministro canadiense Justin Trudeau debió salir al cruce de quienes proponen la salida de su país. Al respecto, la encuestadora Ipsos publicó un sondeo que expresa una mayoría de canadienses a favor de un referéndum al respecto. En Australia, ya se debate el futuro constitucional del país.

Cierto que el prestigio de Elizabeth II contuvo a los más díscolos, pero no alcanza para explicarlo todo. De hecho, Charles III no sufre actualmente de ningún desprestigio. En todo caso, el reverdecer antidemocrático -disfrazado bajo el eufemismo de “democracias iliberales”- que avanza por el mundo, resulta bastante más explicativo.

No son pocos los integrantes de la Commonwealth que se deslizan hacia una deriva autoritaria. En tal sentido, contradicen algunos de los postulados que rigen actualmente la asociación contenidos en la Declaración de Harare de 1991.

Tales como, por citar solo algunos, el imperio del derecho internacional, la libertad del individuo ante la ley, la igualdad de todos los ciudadanos sin discriminación alguna, son premisas a las que no todos los integrantes, por no decir muy pocos de los 54 miembros, adhieren.

Vinculado a la Mancomunidad aparece el tema de la inmigración, aunque buena parte de los migrantes son externos a los países que la integran. A pesar de todos los intentos para restringir los arribos, el Reino Unido recibe olas de clandestinos que atraviesan el Canal de la Mancha pese a la “vigilancia” francesa que debería operar como disuasivo.

Gobernado desde el 2010 por los conservadores cuyo electorado suele ser poco amistoso con la inmigración, lo cierto es que el Reino Unido fue uno de los países que más acogió a personas que huyen de la miseria de otras latitudes.

De momento, la solución anunciada -no llevada a cabo- pasa por “reconducir” la inmigración clandestina hacia Ruanda, el miembro del Commonwealth que no cuenta con lazos históricos con la corona británica.

Obviamente que si llega a llevarse a cabo -por ahora, la justicia británica frenó el primer intento de salida de inmigrantes hacia el país africano- será poco significativo dado el número de arribos. Aun así, los votantes conservadores apoyan masivamente la solución ruandesa.

El gobierno

Con solo dos días de diferencia, el reinado de Charles III coincidió con el nuevo gobierno que preside la exministro de Relaciones Exteriores, Liz Truss. Se trata de una conservadora representante del ala derechista del partido y defensora de una ideología marcadamente liberal, tanto en lo político como en lo social y lo económico.

Contrariamente a cuánto era posible esperar, el gabinete ministerial de la primera ministro no cuenta con ningún hombre blanco a cargo de alguna de las carteras principales del gobierno, a saber: Finanzas, Interior y Asuntos Exteriores.

Kwasi Kwarteng, afrobritánico de 47 años, hijo de padres ghaneses, nacido en Londres, es el nuevo canciller de la Hacienda del Reino Unido, equivalente a ministro de Finanzas. Miembro del Parlamento por el condado de Surrey, Kwarteng fue subsecretario para el Brexit y ascendió a ministro de Energía con el ex primer ministro Boris Johnson.

Hombre de la escuela Thatcher, defensor de un estado reducido y partidario de la disminución de impuestos, proviene de la elite estudiantil del país. Cursó sus estudios de grado y posgrado en tres de las principales universidades del mundo: Eton College, Cambridge -Trinity College- en Inglaterra y Harvard en Estados Unidos.

En Interior, la nueva titular es Suella Braverman, abogada de 42 años, de origen familiar indio, con padres emigrados desde Kenia y Mauricio, respectivamente. Fue estudiante de derecho del Queen’s College de Cambridge y de posgrado en la Universidad de Paris I Panthéon-Sorbonne.

Su tema de mayor repercusión será la inmigración clandestina. Braverman suscribe la política de reenvío de los ilegales a Ruanda. En buena medida, el prestigio de la nueva titular de la cartera de Interior entre los conservadores reside en sus ataques a los excesos de la ideología “woke”, que denuncia las injusticias que sufren las minorías.

Otro hombre de tez morena, James Cleverly, ocupará el Foreign Office, el Ministerio de Relaciones Exteriores. De padre británico y de madre de Sierra Leona, con 53 años, este ex militar dado de baja del Ejército en 1989 por una lesión en una pierna, adelantó que mantendrá una línea de dureza frente a Rusia y China.

Deberá lidiar asimismo con los problemas del post Brexit, en particular con el status “intermedio” de Irlanda del Norte, un tema complejo que repercutirá, sin dudas, sobre el futuro del territorio hasta ahora integrante del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte.

Al interior

El nuevo gobierno de la primera ministro Liz Truss solo gozó de dos días de preeminencia antes del fallecimiento de Elizabeth II que, como era previsible, acaparó títulos y coberturas de la totalidad de los medios de comunicación del Reino Unido.

Esos dos días al menos alcanzaron para que la primera ministro Truss anuncie un “enorme plan de salvataje” para que decenas de millones de hogares y empresas alivien sus facturas de energía.

Consiste en una facturación máxima por año de 2.500 libras esterlinas para los hogares, alrededor de 2.800 dólares. Sin el subsidio, el cálculo era de mil libras más a partir del otoño 2022 y de 5.000 libras anuales en 2023. El aporte estatal decidido es por dos años, justo hasta las próximas elecciones generales.

La decisión instaló una polémica entre los conservadores y la oposición que la desaparición de la reina puso en sordina. No por la decisión de subsidiar sino por la de no cobrar un impuesto sobre los superbeneficios de las compañías que producen energía. La justificación emanó de la propia primera ministro Truss: “no es con más impuestos como este país va a crecer”.

El crecimiento ya es una obsesión para los británicos, en particular para los ingleses. No solo por razones de acumulación y distribución de riqueza, sino para establecer un rol en el mundo para el Reino Unido, necesario para intentar mantener la unidad del país.

Según distintas encuestas, un promedio de 69 por ciento de los consultados, en el Reino Unido, sostiene que el país está en declinación. Y es que, pese al transcurso del tiempo, no resulta fácil pasar de una magnificencia imperial mundial de otrora a un papel de potencia euroatlántica mediana, es decir de segundo orden.

Hasta su ingreso a la Unión Europea, el 01 de enero de 1973, bajo el gobierno del también conservador Edward Heath, el Reino Unido experimentó como propio aquel verso de “la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser”, del tango “Cuesta Abajo”, letra del poeta Alfredo Le Pera, música del compositor Carlos Gardel.

Pero a partir de aquel momento, con una unidad casi total al principio que se fue disgregando con el tiempo, el Reino Unido imaginó un rol europeo sin por ello perder su tradición “atlántica”.

El Brexit del plebiscito del 2020 tiró por la borda aquel “papel” en el mundo. Para los derrotados partidarios británicos de la permanencia en Europa, se trata de haber perdido el rol post imperial a cambio de una incertidumbre preocupante.

Para quienes, por el contrario, apoyan el Brexit, el nuevo rol se define como “Global Britain”, muy difícil de precisar, pero que parece responder a la idea de un vice liderazgo mundial por detrás de los Estados Unidos.

Algunos lo consideran como “pura nostalgia colonialista”. No parece ser el caso. Sí en cambio el de una diplomacia activa, no exenta de acompañamiento militar. Al respecto, la primera prueba es el teatro del Indo-Pacífico, donde se trata de frenar las ambiciones chinas que ponen en tela de juicio la libertad de los mares. Allí, el Reino Unido dice presente.

Prueba de ello es, por ejemplo, su solicitud de integrar del Tratado Comercial Transpacífico junto a 11 países entre los que se cuentan Japón, Australia, Nueva Zelandia, Canadá y los americanos Chile, México y Perú.

En rigor, con China se trata de un enfoque “híbrido” entre negociaciones comerciales y enfrentamientos geopolítico. Con Rusia, en cambio, solo hostilidad.

En todo caso, el “Global Britain” sufre una seria dificultad para su desarrollo, como es la pérdida de la City londinense de su carácter de capital financiera de Europa. Algo muy difícil de reemplazar.

INT/ag.luisdomenianni.vfn/rp.

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